El amor, oh si, el amor. El amor es, por principio, un encuentro misterioso, enigmático; si se pudiera describir con todas sus letras, responder por qué uno se ha enamorado, entonces no sería amor, sino cualquier otra cosa.
Algo curioso, muchas personas confunden al amor con la celebración de una transacción comercial, similar a la que tiene lugar cuando se compra un celular, un coche o un refrigerador, comparando precio y calidad. Absurdo pretender tratar al amor como si fuera un asunto de costo-beneficio, qué me dan, qué doy, qué me conviene más. Para tal empresa se elaboran cuestionarios y estrategias de “reclutamiento” estilo departamento de recursos humanos, para elegir al mejor candidato…pero, como sucede en las empresas, siempre algo falla, se produce un malentendido, algo no anda bien y quien dijo ser y tener tal o cual habilidad, en realidad no dispone de tal, entonces es intercambiado, lo antes posible, por un mejor elemento, algo que obedece a la serie donde cada elemento puede ser sustituido por cualquier otro. Algo contrario al amor, ya que éste es algo que resiste a cualquier intento de sustitución, a quién se ama se le ama en su singularidad, como algo único e insustituible. Sólo las personas y cosas que o importan se pueden reemplazar.
Para decirlo de manera clara, lo más claro que se pueda decir con palabras, el amor no se trabaja, ni se busca, con el amor uno se topa, es del orden de un encuentro, de una caída. I fall in love! –dicen los angloparlantes, de ahí su encanto y, también, en algunos casos, su drama: su encrucijada que solicita una toma de decisión, no hay medias tintas, tibiezas. Una de las cosas peores que se puede vivir en la vida es el de experimentar un amor (a una persona, a una vocación…) y tener que retroceder, renunciar a expresarlo, el efecto es de tristeza además de cobardía. Por el contrario, si se reconoce y asume, entonces la vida de la vida aparece, se renueva, se reinicia todo.
*El autor es psicoanalista, traductor y profesor universitario. Instagram: @camilo_e_ramirez