Se conoce como terrorismo el buscar desestabilizar a una sociedad con el fin de poder controlarla; crear una situación de inseguridad para entonces “salvarla” con otras medidas, muchas veces no muy bien planteadas o votadas, “no hay tiempo que perder” —se declara. Por tal motivo, el terrorismo ha sido empleado tanto por algunos gobiernos, partidos políticos y empresas, así como por grupos criminales. Por ejemplo, el uso político del narcotráfico, el uso económico de catástrofes naturales o hasta situaciones deportivas para manipular a la opinión pública.
Asesinar a una persona —o grupo de personas— por sus ideas, pretender silenciar su voz, independientemente si estamos de acuerdo o no, representa un atentado directo a la vida democrática de un país, una forma de infundir terror. En ese sentido, el reto siempre es sostener con entusiasmo creativo el conflicto, que se pueda generar de las diferencias, sin romper el diálogo respetuoso, resistiendo a las tentación de pasar al insulto, al golpe o al ataque más directo.
La comunicación (o incomunicación) humana siempre es parcial y relativa y justamente por ello, no se la debe emplear como una forma de dogma o vía para instalar el pensamiento único, sino para abrir y expandir los horizontes y posibilidades (científicas, humanas, políticas, artísticas…). Cuando no se opera de esa manera, la comunicación viene a menos, cerrando las fronteras de la creatividad y voluntad humana, tomando la forma del daño directo. Esto es un verdadero peligro, como lo vemos aparecer tanto en al extrema derecha como en la extrema izquierda. Ante ello, la única respuesta posible en democracia debiera ser el diálogo respetuoso, creativo y responsable, sosteniendo —como decíamos—la tensión del conflicto sin perder las formas.
*El autor es psicoanalista, traductor y profesor universitario. Instagram: @camilo_e_ramirez