El ruido puede ser uno de los contaminantes más invisibles y al mismo tiempo más inquietantes de la vida urbana. Irrumpe en la intimidad de los hogares, altera el sueño, acelera el pulso y genera irritación.
No se trata de una incomodidad menor: la Organización Mundial de la Salud lo considera un factor de riesgo ambiental con efectos comprobados en la salud física y mental.
De acuerdo con la OMS, el umbral recomendado para la exposición cotidiana es de 55 decibeles (dB) durante el día y de 40 dB por la noche, niveles equiparables al murmullo de una conversación tranquila. Por encima de esas cifras, el organismo advierte riesgos que van desde insomnio y ansiedad hasta problemas cardiovasculares.
El oído humano puede tolerar picos de hasta 120 dB antes de experimentar dolor agudo. Los seres sintientes —particularmente perros y gatos— poseen una sensibilidad auditiva mayor, perciben frecuencias que las personas no alcanzamos a registrar.
La pirotecnia utilizada en celebraciones públicas puede alcanzar niveles de 150 a 170 dB, una intensidad comparable al motor de un avión a pocos metros de distancia o incluso a un disparo de arma de fuego. Dicho de otro modo: cada cohete rebasa los límites seguros para las personas y expone a los animales de compañía a una sobrecarga sensorial que puede provocar taquicardias, desorientación, ansiedad extrema y, en casos severos, la muerte.
Cada 15 y 16 de septiembre, mientras algunas personas miran al cielo iluminado y sienten júbilo, otras padecen. Tan solo en 2024, esos dos días en el Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano (C5) de la CDMX atendimos en la línea de emergencias 9-1-1 cerca de 3 mil reportes relacionados con pirotecnia y más de mil por ruido.
Celebrar con empatía significa preguntarse cómo nuestras acciones impactan a quienes están a nuestro alrededor. La fiesta patria es identidad, memoria y orgullo. No tiene por qué ser molestia urbana.
@guerrerochipres