Suena el timbre o tocan la puerta. Desde la calle una voz dice llevar el pedido de alimentos solicitado. No hay razón aparente para dudar y se cede el paso a un extraño con mochila en la espalda y el rostro cubierto por un casco de motociclista. Es un falso repartidor.
El engaño radica en algo que mueve a la reflexión: la normalización de algunas actividades —mochilas de aplicaciones y motocicletas estacionadas frente a las casas— lleva a bajar la guardia y abrir sin preguntar demasiado. Se confía de más en la rutina.
Sin embargo, detrás de esa cotidianeidad del reparto puede esconderse alguien que no entrega comida. El delincuente observa patrones, reconoce domicilios solos, detecta entregas frecuentes y actúa. El crimen lee la repetición de las costumbres y busca vulnerabilidades.
Frente a estrategias delictivas, la prevención es la mejor herramienta, con medidas simples.
Primero, la verificación. No abras la puerta a ningún repartidor sin confirmar datos básicos. Asegúrate de que el rostro sea visible y pide información concreta del pedido: nombre del cliente, número de orden y aplicación de origen. Si no esperas ninguna entrega, evita abrir. Las mirillas, cámaras o interfonos son aliados indispensables.
Segundo, el cuidado colectivo: establecer un pacto vecinal hace la diferencia. Una red comunitaria atenta, que comparte en tiempo real información y detecta movimientos inusuales, disuade y reduce riesgos. Los chats pueden ser herramientas tan efectivas como una alarma.
Tercero, la comunicación inmediata con autoridades. Cualquier situación sospechosa debe reportarse a las líneas operadas desde el C5: la de emergencias 9-1-1 o de denuncias anónimas 089. Entre más rápido se actúe, mayor es la posibilidad de prevenir un delito.
La seguridad es responsabilidad compartida. Si los repartidores son parte de la vida diaria, también podemos aprender a verificar, preguntar y coordinar con los vecinos.
@guerrerochipres