El inicio del otoño, casi en sintonía con la llegada de octubre, trae consigo un aire distinto. Esa nostalgia otoñal puede ser una gran maestra silenciosa que nos invita a mirar con otros ojos lo que ya forma parte de nuestra vida. Otoño, con la caída de las hojas de los árboles se muestra como una analogía para atesorar lo que se tiene.
Aquello que usted posee, sea tangible o invisible, es su acervo más valioso; es capital que puede crecer si lo cuida, si lo honra, si lo vive con gratitud. Muchas veces vamos por la vida como si todo estuviera asegurado. Creemos que la salud estará intacta mañana, que los afectos nos esperarán inmutables, que los seres queridos seguirán ahí cuando por fin decidamos dedicarles tiempo. Pero el otoño nos recuerda que nada es eterno, que los ciclos son parte de la existencia, que lo que florece también un día debe cambiar porque es la ley de la vida.
No se trata de que usted viva con miedo a perder, sino de que se atreva a vivir con el corazón abierto, reconociendo lo que hoy le sostiene, lo que le acompaña, lo que le da vida. Es fácil dejarse arrastrar por la inercia de la búsqueda constante: lo que falta, lo que todavía no llega, lo que otros parecen tener y usted aún no consigue. Pero en ese frenesí se escapa lo esencial: las risas compartidas, los abrazos recibidos, la fortaleza que ya construyó, los logros que muchas veces minimiza porque cree que no son suficientes.
Octubre le propone un pacto distinto: no dé nada por sentado. Mire alrededor y agradezca desde lo más simple hasta lo más grande. La respiración profunda de cada mañana, el saludo de alguien que le aprecia, la seguridad de tener un lugar al cual volver, el talento que fluye cuando se permite crear, los afectos que le sostienen.
Le invito a intencionar este mes con la energía de la gratitud y del amor incondicional. Imagine lo que significaría vivir cada día con la certeza de que, pase lo que pase, usted está entregado al momento.
Esa entrega no le quita la responsabilidad de construir, pero sí le da paz. Porque cuando los ciclos se cierren -y se cerrarán, con toda seguridad- usted sabrá que estuvo presente, que no pospuso la vida, que no dejó de amar por miedo, ni dejó de agradecer por estar sumergido en la rutina.
El otoño nos sugiere también un reajuste en la manera de habitar el tiempo. Pregúntese: ¿cuántas horas dedica a una pantalla, mientras los suyos esperan atención? ¿Cuánto de su energía se fuga en comparaciones, en distracciones de lo esencial? Octubre nos invita a cambiar un poco ese rumbo para, en cambio, estrechar lazos con la gente querida, para conversar sin prisa, para reír con quienes le aman, para escucharse a usted mismo.
Dedique un espacio a valorar lo que ya ha logrado, a honrar lo que ha aprendido, a mirar dentro y reconocer que en su interior habita un caudal de fuerza y de creatividad que merece ser celebrado.
No es necesario esperar a que alguien o algo falte para empezar a agradecer. Que este sea un tiempo sagrado para abrir los ojos y el corazón, para sentirse verdaderamente vivo, para decidir que la vida es digna de ser vivida con gratitud profunda y con amor infinito.