Opinión

Ser emocionalmente inteligentes: un deber para estos tiempos

Inteligencia emocional (Foto: Reprodução)

Vivimos en una era en la que el conocimiento técnico y la información están al alcance de la mano. Podemos aprender casi cualquier cosa con unos cuantos clics: idiomas, herramientas digitales, teorías científicas o artes creativas.

Sin embargo, hay un conocimiento popularizado en los años noventa por Daniel Goleman, que cobra mucha relevancia, y se define como la capacidad de reconocer, comprender y manejar nuestras propias emociones, así como de percibir e influir en las emociones de los demás: la inteligencia emocional.

Dicho de otro modo, es la alfabetización emocional que necesitamos para navegar la vida con sensatez, empatía y equilibrio. Aunque parezca un lujo o un tema de autoayuda, se trata de una habilidad esencial para el siglo XXI que ya no podemos darnos el lujo de ignorar.

Enfrentamos un mundo de cambios acelerados, un mundo muy exigente y al mismo tiempo tan incierto. Las noticias, las redes sociales, las responsabilidades y las presiones cotidianas son altas saturaciones para la mente y altos desgastes del ánimo.

En medio de ese torbellino, la inteligencia emocional actúa como una brújula interna que permite orientación y nos ayuda a mantener el equilibrio para decidir con serenidad, incluso cuando las circunstancias parecen salirse de control, aprendiendo a mantener la neutralidad sin ser arrastrados por la tormenta de las emociones.

Cuando usted logra detenerse antes de responder con ira, cuando elige respirar en lugar de gritar, o escucha en lugar de imponer, está ejerciendo la inteligencia emocional que, créame, puede salvarle de eventos trágicos.

Cada una de esas pequeñas decisiones tomadas con inteligencia emocional, puede contribuir a su bien y al de los demás. Como humanidad, necesitamos con urgencia esa madurez emocional. La inteligencia emocional ya no es un hobbie, sino una competencia para la supervivencia emocional y social. Si no la desarrollamos, corremos el riesgo de irnos a los extremos destructivos de la ira o de la depresión.

Cultivar la inteligencia emocional implica abrir la mente al cambio sin importar la edad. Significa atreverse a desaprender viejos patrones, aceptar que la vulnerabilidad no es debilidad, y que el verdadero crecimiento no está en tener siempre la razón, sino en comprender y adaptarse.

Una mente flexible y una conciencia en expansión son signos de evolución, porque nos permiten ser adaptados y adaptables en este mundo de vertiginosos cambios. Cada gesto de equilibrio emocional es un acto de amor propio y de responsabilidad social y siempre es un magnífico tiempo de comenzar y aprender cosas nuevas, como la inteligencia emocional. Ser emocionalmente inteligentes es un deber, o un sí o sí, para estos tiempos.

Es el nuevo lenguaje de la convivencia, la base de la paz interior y también del entendimiento colectivo. Con inteligencia emocional es mucho más fácil lograr mirarnos con compasión, escuchar sin juzgar y responder con claridad.

En ese punto usted sabrá que ha aprendido el verdadero arte de vivir: aquel que nos enseña que la fortaleza no está en dominar a otros, sino en dominarse a sí mismo con sabiduría y amor, porque es desde ahí que verdaderamente creamos nuestra realidad.

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