Detrás de cada arma destruida hay una oportunidad de reconciliar a las comunidades con su propia seguridad. Esa es, en esencia, la apuesta de la Semana del Desarme: transformar la cultura de la fuerza en cultura de paz.
Del 24 al 30 de octubre, el mundo conmemora esta efeméride, una iniciativa instaurada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1978 para promover el control de armas y la prevención de conflictos. Pero el sentido de esta fecha rebasa la diplomacia internacional.
En urbes donde los conflictos no se libran entre Estados sino entre vecinos, el desarme se convierte en un acto profundamente político, un ejercicio de corresponsabilidad que redefine la noción de seguridad.
En ese sentido, el programa “Sí al Desarme, Sí a la Paz” es una política pública impulsada desde el gobierno federal por la Presidenta Claudia Sheinbaum y en la Ciudad de México por la Jefa de Gobierno, Clara Brugada, que ha permitido reducir hasta en un 30 por ciento los homicidios dolosos con arma de fuego en conflictos vecinales.
Incluso, la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana del tercer trimestre de este año, elaborada por el INEGI, revela una disminución de tres puntos porcentuales entre quienes dijeron atestiguar disparos frecuentes con armas. Pasó de 37.7 por ciento en el segundo trimestre del año a 34.8 en el estudio presentado la semana pasada.
Cada arma destruida es una historia de violencia interrumpida antes de volverse tragedia. El desarme, entendido así, es un acto cultural y simbólico de reconciliación social.
Estas acciones dialogan con programas como Territorios de Paz, instruido en la capital nacional por Brugada, bajo la lógica de la seguridad construida de manera integral y con la comunidad. El desarme es así una oportunidad para desmontar los factores que alimentan la violencia y reconfigurar las bases de la convivencia.
@guerrerochipres

