Un accidente es, por principio, un evento no calculado, algo que irrumpe sorpresivamente en el tiempo modificando abruptamente el curso de los acontecimientos, al tiempo que abre e inaugura un nuevo tiempo.
No existe forma de prevenir al 100% la aparición de un accidente, por más que un evento contingente genere una cierta experiencia que ofrezca información sobre posibles planes preventivos para que no vuelva a ocurrir, nada garantiza que esa situación u otra, se vuelva a presentar. El accidente siempre encuentra su manera de colarse. Es uno de los rostros de lo ingobernable, algo que se desplaza constantemente; e accidente se impone porque es un rostro de lo real ingobernable siempre presente en la vida.
Por otro lado, las reacciones ante un accidente pueden ser de diversos tipos, desde aquella de buscar a un culpable con el cual descargar todo la angustia transformada en enojo, pasando por aquella sustentada por intelectuales anuncia desgracias, predictores del pasado, que, a “toro pasado”, se llenan la boca declarando lo que se debió de haber hecho para evitar tal o cual accidente, y si ellos lo sabían, por qué no hicieron algo para evitarlo o que acaso su poder sólo funciona para predecir cosas que ya han sucedido, hasta aquella respuesta trágica-moralista, que considera al accidente como a un castigo.
Cuando en una comunidad humana acontece un accidente (cuya etimología es suceder, caer…) algo del orden imaginado se ve trastocado, entonces se presentan diferentes posiciones, como decíamos, por ejemplo, una de las más absurdas, quien desea erradicar no sólo la idea del accidente en sí, sino toda posibilidad de este en el futuro, como si a la vida se le pudieran extirpar las sorpresas, ¡un verdadero absurdo! Esa suposición surge como una manera de proyectar sobre alguien la culpa, para el otro todo el peso de la ley, mientras que para quien juzga, siempre encontrará una justificación perversa que lo libere de su responsabilidad. Al estilo de, que se haga la voluntad de Dios en los bueyes de mi compadre.
El accidente es la grieta de la realidad y aquello que se cuela por la misma, mostrando otros horizontes, unos nuevos, diferentes. Es lo que también permite, en parte, la innovación y la expansión. Preservar su cualidad, sin darle un sentido para uno u otro lado, posibilita enlazar la angustia creativa a cada pliegue y experiencia del accidente.
*El autor es psicoanalista, traductor y profesor universitario. Instagram: @camilo_e_ramirez

