Opinión

La felicidad en preventa: cómo la Navidad se volvió un anticipo

Para leer con: “El Baile de Santa Clos”, de Grupo Exterminador.

Navidad
Navidad (Freepik)

El año en México ya no tiene estaciones: tiene temporadas de descuento. Apenas guardamos el disfraz de Catrina y los centros comerciales ya huelen a pino sintético. Agosto, ese mes condenado a la resaca de las vacaciones, se convirtió en el nuevo tráiler de diciembre. En las vitrinas hay renos antes de que empiece el frío. En los supermercados, los villancicos se mezclan con las ofertas de regreso a clases. Jesús todavía no nace, pero ya está en preventa.

La Navidad desde agosto es una especie de entrenamiento emocional. Nos enseña a desear con anticipación y a pagar después. La mercadotecnia descubrió que el espíritu navideño dura más que el aguinaldo, y decidió estirarlo como chicle. Lo que antes era una fiesta se volvió un arcón de ansiedad.

Las tiendas anuncian la “Magia de la Navidad” cuando todavía no sabemos si habrá puente en septiembre. En el fondo, se trata de una magia muy práctica: convertir la nostalgia en estrategia comercial. Cada esfera, cada canción de Mariah Carey, cada Santa Claus que saluda desde un pasillo con aire acondicionado, son recordatorios de que la felicidad puede replicarse y financiarse en cómodas mensualidades.

La Navidad temprana también tiene un lado político: el consumo como religión de Estado. Las luces que se encienden en agosto sirven para cubrir los apagones de otras épocas. Si la economía tambalea, nada mejor que poner a rodar el tren del gasto con la excusa del espíritu navideño. La publicidad ya no vende productos; vende un estado de ánimo prefabricado. Y nosotros, dóciles, lo compramos en abonos.


Quizá —y en el fondo— no se trata de que la Navidad llegue antes, sino de que el resto del año se haya vaciado. Las fechas patrias, el Día de Muertos, incluso el Buen Fin, parecen escalones hacia el mismo altar de consumo. Al final, lo que adelantan no es una fiesta, sino la ilusión de que el tiempo puede volver a tener sentido si lo envolvemos con moño rojo.

El problema es que tanta anticipación deja poco margen para el milagro. Cuando diciembre llega de verdad, no queda una sorpresa: sólo cansancio, deudas y una cansada playlist que se repite desde el verano. La Navidad, en versión extendida, se volvió un anuncio sin final.

Quizá nos pasemos de avant-garde y algún día celebremos el 15 de julio con ponche y villancicos sin culpa alguna. Para entonces, los Reyes Magos estarán haciendo fila desde agosto y el Niño Dios pedirá posada en abril. No será Navidad, será una temporada perpetua de buenos deseos y mejores ofertas. Entonces, con la tarjeta saturada y el espíritu en liquidación, descubriremos que nos robaron el año a plazos.

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