En tiempos de confusión, cuando el mundo parece girar sin sentido y las certezas se desmoronan una tras otra, usted podría sentir que todo se descompone, que las fuerzas no alcanzan, que el entusiasmo se disuelve entre las grietas del abatimiento. Pero justo ahí, en medio del caos, es cuando más necesario se vuelve elevar el espíritu. No puede permitirse el lujo de perder la fe.
La desmoralización nos hace creer que ya no hay salida, que lo que alguna vez tuvo sentido ha dejado de tenerlo. Sin embargo, puede ser todo lo contrario: es precisamente en los momentos más difíciles cuando el alma está llamada a desplegar su grandeza.
Elevar el espíritu no es negar la realidad ni fingir que el dolor no existe; es recordarse a sí mismo que dentro de usted habita una fuerza mayor que cualquier circunstancia. Una fuerza que no depende de lo externo, sino que brota del centro mismo de su ser. Esa fuerza se llama fe, confianza, convicción profunda de que, aunque la tormenta arrecie, usted puede mantenerse en pie.
Si observa bien, notará que siempre hay algo luminoso entre las sombras, un gesto amable, una oportunidad, un aprendizaje, una señal de que la vida continúa expandiéndose.
Usted vive en una realidad dual: luz y sombra, caos y orden, pérdida y renacimiento. Pretender eliminar uno de los polos sería desconocer la esencia misma de la existencia. Por ello, elevar el espíritu implica reconocer esa dualidad sin dejarse arrastrar por el extremo oscuro.
Significa elegir mirar hacia el lado de la luz, aun cuando parezca más fácil rendirse al pesimismo. Elevar el espíritu es, en el fondo, un acto de creación. Usted es un Ser creador por naturaleza.
Con cada pensamiento, con cada palabra, con cada emoción que decide alimentar, moldea el mundo que habita. Cuando usted elige enfocarse en lo positivo —aunque parezca algo pequeño— está contribuyendo a modificar el rumbo de los acontecimientos. No se trata de negar los desafíos, sino de enfrentarlos con la energía correcta. Porque no hay peor enemigo que el miedo.
El miedo paraliza, confunde, distorsiona y genera más de aquello que se teme. Si le da poder, el miedo crecerá hasta ocupar todo el espacio interior; pero si lo mira de frente, lo reconoce y lo atraviesa con la fuerza del espíritu, el miedo poco a poco perderá su dominio. Por eso, por lo que más quiera, no renuncie a mirar hacia arriba.
No renuncie a caminar hacia adelante con entusiasmo, con el brillo encendido de quien confía en su propia capacidad de renacer. Tener fe no es ingenuidad: es una postura espiritual, un modo de sostenerse cuando todo parece tambalear. No permita que el desánimo, el ruido o las decepciones apaguen su llama interior. Esa llama es su guía. Vuelva al corazón. Escúchelo.
En el silencio del corazón se escucha la voz de lo esencial, esa sabiduría serena que no grita, pero que siempre sabe. Ahí encontrará las claves que necesita para seguir, para ajustar lo que deba ajustar, para reconocer la belleza que aún persiste, la bondad que aún florece, la verdad que no se extingue.
Recuerde: toda oscuridad tiene su lado contrario, y en el centro mismo del caos ya está germinando la semilla del bien. Es la naturaleza de esta realidad. Elevar el espíritu es elegir ver esa semilla y regarla con su fe, con su gratitud, con su optimismo.
Porque siempre, siempre hay bondad detrás de todo. Y cuando usted decide mantenerse en esa frecuencia, la vida —inevitablemente— comienza a responderle desde el mismo nivel de vibración. Que la fuerza del espíritu y del amor, nos acompañen, siempre.

