Hay victorias que no se miden en el marcador. Hay triunfos que se sienten en la piel, en la manera en que un equipo inspira, conecta y planta cara al destino.
La Selección mexicana femenil Sub-17 acaba de escribir una de esas historias: una travesía que no solo la llevó hasta las semifinales del Mundial 2025, sino que confirmó que el futuro del futbol femenil mexicano ya tiene nombre y apellido.
Llegar a una semifinal mundialista no es casualidad, es el resultado de años de esfuerzo silencioso: entrenamientos bajo el sol, viajes interminables, torneos juveniles donde pocas cámaras llegan, y una generación de jugadoras que aprendió a no rendirse ante las carencias. Esta camada de futbolistas no solo compitió, lo hizo con personalidad, con un futbol ordenado, alegre y sin complejos.
Cada toque de balón fue una declaración, cada recuperación, un recordatorio de que el talento mexicano está listo para desafiar a potencias históricas. Lo que vimos en este Mundial no fue una excepción, sino la consecuencia natural de un proceso que ha venido madurando desde el nacimiento de la Liga MX Femenil en 2017.
Hoy esas niñas que crecieron viendo a Katty Martínez, Charlyn Corral o Kenti Robles ya no sueñan con ser como ellas: sueñan con superarlas. Y eso, para cualquier deporte, es la señal más clara de evolución.
El pase a semifinales fue un hito deportivo, sí, pero también un mensaje institucional. Significa que cuando se invierte en visibilidad, formación y oportunidad, el talento responde. Que cuando las jugadoras cuentan con espacios para desarrollarse, el futbol mexicano no solo participa, trasciende.
El mérito de este equipo es doble: no solo alcanzó una fase inédita en la categoría, sino que lo hizo con un juego que ilusiona. Con transiciones rápidas, orden táctico y una madurez que no corresponde a su edad. Verlas en la cancha fue como asomarse al espejo de lo que podría ser la Selección mayor en los próximos años.
Hay nombres que ya comienzan a resonar, y no por la fama, sino por su liderazgo, su garra y su visión de juego. Son jóvenes que, con apenas 16 o 17 años, ya demuestran lo que ocurre cuando se combina el talento con un proyecto que cree en ellas.
Porque sí, el futbol femenil necesita creer en sí mismo tanto como nosotras creemos en él.
En un país donde todavía se debate si el balompié femenil “vende”, estas jugadoras nos recordaron que la pasión no entiende de géneros, que la entrega no tiene etiquetas y que las audiencias están listas para ver, apoyar y celebrar a estas nuevas heroínas.
Más allá del resultado, este Mundial dejó claro que México tiene un futuro brillante, un futuro que corre, defiende y sueña con la misma intensidad con que canta el Himno Nacional antes de cada partido.
Las sub-17 nos regalaron algo más valioso que un trofeo: la certeza de que el futbol femenil mexicano tiene raíces firmes y alas enormes. Y si de algo podemos estar seguros, es de que estas jugadoras ya no piden cancha: la están conquistando.
¡Abramos cancha!

