Hay una pregunta que atraviesa fronteras, épocas y sistemas: si somos la especie más inteligente, ¿por qué tantas veces actuamos en contra de nuestro propio bienestar? La respuesta no está en la naturaleza humana, sino en la calidad de la información que consumimos y en la capacidad de nuestras instituciones para corregir errores. En tiempos de saturación informativa, donde lo falso se propaga más rápido que lo cierto, el verdadero reto no es ser más listos, sino ser más responsables con lo que creemos, compartimos y construimos. Entender esto es fundamental para cualquier sociedad que aspire a vivir con estabilidad, libertad y propósito.
Yuval Noah Harari, en la conversación con Trevor Noah, lanza una advertencia crucial: el exceso de información no produce más verdad; la diluye. La historia demuestra que las sociedades que prosperan no son las que tienen más datos, sino las que construyen redes de confianza y mecanismos para verificar, corregir y evolucionar. Democracia y ciencia comparten esa esencia: no buscan la perfección inmediata, sino la capacidad de rectificar. Ese es su mayor valor. Rectificar no es retroceder; es avanzar con inteligencia y humildad.
Las burocracias, tan criticadas por ser lentas y frías, son en realidad los engranes que sostienen a los grandes sistemas. No hay Estado moderno ni empresa sólida sin procedimientos que garanticen continuidad más allá de personas o ideologías. La pregunta no es cómo hacer desaparecer la burocracia, sino cómo hacerla más eficiente, transparente y humana. En mi experiencia liderando organismos ciudadanos, de seguridad y empresariales, entendí que los procesos bien diseñados son la diferencia entre la confianza y el caos. Una institución sólida no depende de héroes, depende de estructuras que funcionen incluso en los momentos más difíciles.
Hoy, además, enfrentamos un actor nuevo: la inteligencia artificial. Harari la define como el primer invento que no solo ejecuta órdenes, sino que puede generar ideas propias. Esto rompe paradigmas. Si históricamente delegamos tareas en herramientas creadas por humanos, ahora surge un ente que puede aprender y decidir sin supervisión directa. El dilema no es tecnológico, es ético: ¿qué principios, valores y límites vamos a programar en estas inteligencias? Porque confiar ciegamente en una máquina creada por nosotros es tan riesgoso como confiar ciegamente en cualquier líder humano. La tecnología debe ampliar nuestra humanidad, no desplazarla.
La desinformación erosiona sociedades porque destruye lo más frágil: la confianza. Cuando la gente deja de creer en los datos, en las instituciones y en los otros, surge un vacío que los oportunistas llenan con miedo y manipulación. Lo vi de cerca trabajando en seguridad ciudadana: sin confianza no hay cooperación, y sin cooperación no hay comunidad. La información no es poder; la información verificada y compartida con responsabilidad es la base del poder legítimo. Por eso la verdad no puede improvisarse; debe construirse cada día.
¿Qué debemos hacer? Primero, fortalecer nuestras instituciones como espacios de verdad, no de intereses. Que cada decisión esté acompañada de evidencia y que cada error sea oportunidad de corregir sin culpas, pero con firmeza. Segundo, educar no solo para acumular datos, sino para discernir, contrastar y cuestionar. Una sociedad crítica es una sociedad libre. Tercero, exigir que la tecnología tenga rostro humano: que las IA no sustituyan la ética, sino que la amplifiquen. Y cuarto, recuperar la conversación pública como espacio de escucha, reflexión y responsabilidad.
Las burocracias pueden ser sexys cuando entendemos que son la columna vertebral de la confianza pública. Los ciudadanos pueden ser poderosos cuando saben que su voz y su acción tienen impacto real. Y las sociedades pueden ser resilientes cuando recuerdan que la verdad no es un dogma, es un proceso compartido. La verdad no se impone; se construye con paciencia y con integridad.
El desafío no es sobrevivir al exceso de información ni al avance de la tecnología. El desafío es mantener la humanidad en el centro de todo. Eso exige líderes con visión, instituciones con principios y ciudadanos con compromiso. No hay atajos: el futuro se construye con verdad, con responsabilidad y con confianza.
Hacer el bien, haciéndolo bien.
@LuisWertman

