La marcha de la Generación Z (Gen Z), integrada por jóvenes de entre 13 y 28 años, fue una respuesta directa a un régimen que repite la misma fórmula de siempre. Minimiza, distrae, culpa a otros y, cuando la gente se organiza, reprime. El asesinato de Carlos Manzo destapó lo que ya estaba por reventar. Un país donde el poder ofrece abrazos a los delincuentes mientras responde con violencia a quienes exigen lo básico.
La represión ya ni intenta ocultarse. Da igual el discurso oficial que presume diálogo o paz. La verdad se ve en escudos, vallas metálicas y gases lanzados en cuanto una protesta deja de ser silenciosa. La represión dejó de ser la excepción y se volvió rutina. La Gen Z lo sabe porque creció viendo a un Estado que niega sus fallas mientras despliega fuerza contra quien cuestiona.
El régimen insiste en que no reprime. Lo repite sin descanso. Pero ahí están los golpes, los encapsulamientos, las plazas blindadas y el intento permanente de deslegitimar cualquier inconformidad. Ahí está la narrativa que reduce todo a bots o complots imaginarios. Esa es la represión moderna. Una mezcla de fuerza y desinformación que busca quebrar la confianza del ciudadano y hacerlo sentir aislado incluso cuando marcha acompañado.
La Gen Z ya no compra esas mentiras. Sabe que, mientras morena presume abrazos al crimen, los jóvenes que piden seguridad reciben golpes. Sabe que, mientras el poder asegura que todo va bien, los asesinatos y las desapariciones siguen aumentando. Sabe que México es miedo, extorsión y territorios entregados a grupos criminales protegidos.
Lo que vimos en la marcha del sábado es el hartazgo acumulado de un país que ya entendió que la represión no empieza cuando corre sangre. Empieza cuando una denuncia se ignora, cuando una familia tiene que buscar justicia sola y cuando un funcionario pretende cubrir la violencia con cifras que borran el dolor real.
La Gen Z, con todo y la etiqueta que le colgaron, exhibió una verdad incómoda. Vivimos bajo un poder que se protege a sí mismo. Un régimen que tolera la violencia del crimen pero teme la presión social. Un gobierno que levanta muros antes que levantar la mirada.
La marcha fue un aviso, no un capricho. Mostró que la represión ya no pasa inadvertida y que los jóvenes no van a callar aunque intenten presentarlos como manipulados o violentos.
Lo que vimos en las calles dejó claro que el país ya no tolera discursos vacíos. La gente exige protección real y un gobierno que deje de justificar la violencia y de criminalizar a quienes la denuncian. A los jóvenes: exijan vivir con libertad y seguridad, no seguir sobreviviendo entre miedo, extorsiones y balas.
El régimen puede negarlo todo. La realidad ya habló.
DETALLES. Ayer se llevaron a cabo en Chile las elecciones presidenciales y parlamentarias, en las que Jeanette Jara, candidata del Partido Comunista, y José Antonio Kast, representante de la derecha, pasaron a segunda vuelta, fijada para el domingo 14 de diciembre de 2025. Los primeros análisis indican un fuerte avance de la derecha y centroderecha en el Congreso, lo que podría darles una mayoría legislativa. La campaña estuvo marcada principalmente por las preocupaciones de la ciudadanía en torno a la seguridad y la situación económica del país.

