Para recibir un golpe o insulto hay que estar de alguna manera presente, por lo tanto, una forma de respuesta y defensa siempre es, como lo demuestran las artes marciales, no reaccionar, apartarse en el momento justo, que quien ataca caiga con su propia fuerza. La cuestión es que eso no es tan fácil como parece.
Una de las grandes dificultades de muchas personas en su vida consiste en no poder retirarse de donde las dañan, no poder decir si cuando es si y no cuando es no. Algunas de las razones: imposibilidad de apartar la mirada, creer que la violencia recibida tiene un sentido debido a un defecto personal, seguir escuchando, creer con esperanza que el otro un día cambiará, tener alguna dependencia económica y/o emocional con la persona que violenta, evitar enfrentar las consecuencias se aparecerían después de tomar la decisión de retirarse, entre muchas otras más.
Las personas que agraden y violentan, lo sepan, reconozcan o no, cuentan con que la otra persona afectada por su proceder no hará nada y que tenderá a pensar —he ahí la trampa—en que esa violencia es por alguna razón, merecida o justificada; o han transformado esa violencia recibida en una especie de proyecto de desarrollo personal con lo cual reiteran la permanencia con la persona que las daña, porque suponen que habría alguna especie de mensaje o lección oculta que aprender, perpetuando con ello el abuso. Esto último, muchas veces soportado por discursos religiosos y psicológicos que plantean que todo es una enseñanza o sacrificio que hay que vivir. ¡No! a veces la verdadera liberación consiste sólo en retirase, en poner un punto final y continuar en otro lugar.
El miedo como la violencia recibida suelen hacer creer a quien lo sufren que ello es normal, que está justificado, que, además, forma parte de la vida y de las relaciones. Por eso mismo las campañas de prevención y atención a la violencia insisten mucho en que lo primero es darse cuenta de que no es normal y no está bien padecer violencia, sea directa o indirecta, sutil o micro, no tiene que ver con algo que la persona que recibió la violencia hace o no hace, ni con un error que cometió, es un manejo calculado del o la agresora, un delito, algo que tiene que ser procesado por los agentes de la Ley, en vez de quedar impune para hacer sentir a su víctima que es ella o él los culpables de lo que hace; es poder colgar rápido la llamada, por ejemplo, en el caso de una extorsión telefónica.
La vida animada por el deseo singular es aquella que se entusiasma por algo que escapa a toda imposición o expectativa de cumplir lo que los demás esperan de ella. Es una vida que logra ser singular, articulando relaciones con los demás, donde el compartir jamás implica la autoanulación. Sólo que para lograrlo es necesario que la persona deje de remitirse al miedo, al sufrimiento y a la violencia recibida como elementos de identidad, (lo cual es difícil, por la tensión a la que la persona se acostumbró) ya que, si lo continúa considerando un elemento de identidad, tenderá, sin darse cuenta, a repetirlo en diversas ocasiones, lugares y diferentes personas, ya que es lo conocido en lo que se reconoce, sólo que a un alto costo de dolor y sufrimiento. Hacerlo consciente puede ser el inicio del cambio, el movimiento y la diferencia.
*El autor es psicoanalista, traductor y profesor universitario. Instagram: @camilo_e_ramirez

