Opinión

¿Dua Lipa es “hermana mexicana”… o solo cuando conviene?

Más de 65 personas corearon las canciones de la británica Dua Lipa
Sociedad Más de 65 personas corearon las canciones de la británica Dua Lipa (Publimetro)

Anoche, mientras sonaba Bésame mucho con acento británico, escuché a 65 mil almas gritar: “¡Dua, hermana, ya eres mexicana!”. Lo gritaban con una emoción casi religiosa, como si adoptáramos a la cantante con el poder de una cédula del Registro Civil. Dua Lipa, británica de origen albanés, estrella universal y amante de la Condesa, la Roma, el Nido de Quetzalcóatl y Coyoacán. El tour completo del mapa gentrificado que ya se volvió Instagram antes que historia, árbol, vecindad o tiendita.

Y pensé: qué raro esto. Qué delicioso y qué contradictorio.

Porque si te llamas Dua, eres bienvenida. Si te llamas Michelle y trabajas en home office desde tu departamentito en la Condesa, entonces eres el enemigo público número uno. Si Dua Lipa sube foto en Panadería Rosetta, “qué orgullo que ponga ese lugar en el mapa”. Si Sarah, estudiante canadiense, se muda a la Roma y renta por Airbnb, “pinche gentrificadora”.

¿Ya viste el doble estándar? Nos encanta la hospitalidad mexicana… pero selectiva. Hospitalidad de influencer, que solo aplica a quien tiene unas cuantas decenas de millones de reproducciones en Spotify.


En el concierto lo escuché clarito: “¡Dua, hermana!”

Como si se tratara de un bautizo colectivo, una ceremonia laica para oficializar la pertenencia. Como si decir “ya eres mexicana” borrara el hecho de que, mientras Dua toma matcha en Avenida Ámsterdam, hay señoras que llevan 30 años en la colonia y ahora las quieren sacar porque vino una inmobiliaria a subir todo el alquiler.

¿Entonces qué queremos en nuestros barrios? ¿Artistas, cantantes, actores, influencers, pero no seres humanos comunes?

¿Qué clase de extranjería nos molesta? ¿La pobre, la que viene a sobrevivir… o solo la que no canta bonito y no sale con Vogue? Dua Lipa no tiene culpa. Ni Lady Gaga. Ni Rosalía. Pero el discurso sí está raro.

La misma masa que grita “¡hermana, ya eres mexicana!” es la que en Twitter exige que “ya no renten a extranjeros en la Condesa, ya estuvo, esto es desplazamiento”.

¿Entonces qué define si alguien es bienvenido? ¿Su talento? ¿Su fama? ¿Su acento al decir “bésame mucho”? ¿Su taquería efímera con tacos a más de 200 pesos?

Porque no nos hagamos: el fenómeno gentrificador no lo inventó una cantante pop. Gentrifica la moda, la plataforma que recomienda “los 10 cafés más aesthetic de CDMX”, la productora que busca “locaciones urbanas” en la Roma, los nómadas digitales que pagan en dólares mientras el casero multiplica la renta por tres.

Pero claro, Dua es “hermana”. Karla no. Con Karla no hay selfie.

La Ciudad de México lleva años en modo vitrina. Roma y Condesa dejaron de ser colonias para convertirse en experiencia: “CDMX lifestyle”. Un parque circular para pasear a un perrito adoptado en Brooklyn, avocado toast a 220 pesos, matcha importado, edificios remodelados en colores pastel. Un spot más en el mapa global del “cool”, lo que suena a elogio, pero termina siendo desalojo.

Y ahí está la paradoja: amamos que el talento internacional “ponga nuestros barrios en el radar”, pero odiamos cuando el radar trae gente sin número uno en Billboard.

La pregunta es incómoda y necesaria: ¿Queremos ciudades vivas o vitrinas para fotos? ¿Queremos vecinos o celebridades? ¿Queremos comunidad o postal?

Si de verdad nos preocupa la gentrificación, tendríamos que dejar de romantizar la idea de “duas” y “hermanas” y empezar a hablar de políticas públicas reales: renta justa, vivienda social, regulación de Airbnb, incentivos para propietarios que mantengan precios locales, límites claros a la especulación inmobiliaria.

Porque gritar “¡Dua, ya eres mexicana!” en el Estadio GNP es divertido, catártico, hermoso incluso. La música une, no hay duda. Pero cuando se apagan las luces del concierto y se cierran las historias de Instagram, mañana alguien en la Roma tendrá que firmar su desalojo.

Eso no es tan aesthetic.

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