El poema nace de una fisura
Cristina Rioto
Viaje es una palabra que proviene del latínvia, que significa camino, calle; de ahí pasó al catalán viatge, hasta arribar a la forma castellana que conocemos. Será que incluso la palabra misma fue viajando, desplazándose de boca en boca, de pueblo en pueblo, de comunidad de hablantes en comunidad de hablantes, hasta llegar a su destino; qué somos los humanos sino cuerpos en movimiento marcados por el lenguaje y además no sólo eso, sino algo que siempre se nos escapa y trasciende, eso mismo que está en juego en cada movimiento, en cada camino y en cada viaje.
Cuando decimos que la vida es un viaje planteamos algo central, inherente al ser humano: el movimiento, el camino y el desplazamiento. No obstante que hayamos pasado de la condición de nómadas a la de sedentarios, asentándonos en un determinado lugar, las vidas humanas, a partir de que se constituyen entorno a un vacío –la pérdida de toda regulación instintiva– están marcadas por la búsqueda de “otros lugares”, no sólo en términos geográficos, sino, sobre todo, subjetivos, el deseo de algo diferente, el poder habitar otros tiempos y espacios donde se cree poder encontrar algo que falta. Por supuesto que esa falta, al ser estructural, una característica de la condición humana, jamás se sacia o colma con algo, sino funciona como una causa, algo que empuje, que hace el impulso del movimiento. Entre paréntesis, es precisamente por eso que muchas personas se sienten tristes o deprimidas, porque creen que aquello que experimentan, su falta, tristeza, depresión o angustia se va a resolver con algo, por ejemplo en el orden del hacer, comprar, consumir…determinada cosa o teniendo lo que supuestamente su corazón tanto desea; y cuando emprenden un viaje en esos términos, un camino hacia la supuesta realización de esa satisfacción última, al no encontrar ese “llenado” o explosión de felicidad que tanto anhelaban, creen no haberse esforzado o intentado lo suficiente o la cosa o persona que creían que iría a colmarlo todo, no fue así, desviviéndose entonces en reclamos y lamentos sobre lo que pudo haber sido y no fue, quedando así atrapados en un espiral de tristeza y vacío, en lugar de poder posicionarse de otra manera ante ese vacío estructural que, justamente por ser estructural, es que jamás ha de colmarse, ya que es algo imposible de nombrar, algo que siempre se nos escapa y funciona como causa, empuje y no como finalización o realización del viaje perfecto. Ene se sentido, la vida es como el viaje mismo, siempre es sorprendente, además de realizarse con los elementos que se tienen a disposición, echando mano de la creatividad y la responsabilidad.
Es importante recordar que ese “otro tiempo y lugar”, como el viaje mismo, no es meramente geográfico, sino subjetivo, puede surgir en el mismo lugar que se habita y viceversa, una persona puede trasladarse miles de kilómetros de su lugar de residencia habitual sin nunca haber realmente salido de sí mismo y sus referentes. Semejante a lo que sucede en muchos tratamientos psicoanalíticos, donde el paciente habla sesión tras sesión sin cambio alguno, es decir, transita por sus palabras, memorias e historias, sin jamás realmente viajar (desprenderse, despedirse, resignificar) nunca se va para ese “otro lugar” para no tener que regresar diferente, sino para permanecer cerrado en lo mismo, no deja caer su visión con la que se siente íntimamente identificado para poder verse con “otros ojos”, permitir que el viaje del análisis lo transforme, lo que le permitiría poder iniciar el verdadero viaje hacia lo no conocido, lo aún no escrito que desea y puede ser inventado.
São Paulo, Brasil, 11 dizembro 2025.
*El autor es psicoanalista, traductor y profesor universitario. Instagram: @camilo_e_ramirez

