Las luces brillan, los villancicos suenan y las redes sociales se inundan de familias perfectas celebrando. Diciembre llega envuelto en un manto de aparente felicidad y armonía que, para millones de personas, se convierte en una carga emocional pesada.
Hablamos de la tristeza navideña, ese sentimiento de vacío, soledad o abandono que se agudiza precisamente en la época que exige la alegría a toda costa. La sociedad nos impone un mandato de felicidad casi tiránico durante la Navidad.
Se espera que estemos rodeados de seres queridos, que compartamos regalos y que sintamos una gratitud desbordante. Este ideal choca brutalmente con la realidad de quienes atraviesan duelos, pérdidas, dificultades económicas o, simplemente, padecen de soledad o enfermedades mentales.
Cuando la expectativa es la felicidad absoluta y la realidad es la melancolía, la brecha emocional se convierte en un abismo. Al no poder cumplir con el “guion” de la alegría festiva, muchas personas experimentan un profundo sentimiento de fracaso personal.
Es la paradoja de la Navidad: cuanto mayor es la presión por estar bien, mayor puede ser el vacío y la tristeza que se produce al no alcanzar ese estándar inalcanzable. La tristeza se amplifica por la sensación de ser el único “bicho raro” en un mundo que celebra.
Las ausencias se sienten más, las mesas se ven más vacías y los recuerdos dolorosos se vuelven más vívidos, todo ello bajo el incandescente foco de una fiesta que no da permiso para la pausa o el luto.
El fenómeno no es una simple “mala racha”. Las cifras sugieren que la salud mental se resiente durante las fiestas, pues es común observar un repunte en los casos de ansiedad, estrés y depresión en las semanas de noviembre y diciembre.
En México y otras partes de Latinoamérica, el incremento en la búsqueda de ayuda psicológica y líneas de crisis suele ser notable; algunas fuentes señalan que las consultas por síntomas depresivos pueden aumentar hasta un 30% durante este periodo.
Este fenómeno no se debe solo a la presión social; también influyen factores estacionales y económicos, como el clima, la falta de luz natural y las tensiones financieras por las compras.
Si te sientes identificado con esta tristeza, es fundamental entender que no estás solo y que la felicidad no es una obligación. Está bien no sentirse radiante, por lo que debes permitirte sentir la tristeza sin juzgarte y bajar las expectativas, no forzando reuniones perfectas o lazos familiares tensos.
Pudiera ser que en lugar de grandes fiestas, encuentres un contacto significativo con una o dos personas de confianza. Si ciertas tradiciones o personas te causan angustia, tienes derecho a decir “no” y proteger tu espacio.
Si la tristeza es persistente o te impide funcionar, la ayuda profesional es el mejor regalo que puedes darte. Desarmar el mandato de la alegría es el primer paso para vivir una Navidad más auténtica, donde haya espacio para la luz y también para las sombras.
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