Hay goles que se celebran y se olvidan y hay otros que cambian la conversación. El “Camaroncín” de Jacqueline Ovalle pertenece a ese segundo grupo: un taquito ejecutado dentro del área, en pleno movimiento y bajo presión defensiva, que terminó por darle el Premio Marta, galardón que reconoce el mejor gol del año en el futbol femenil a nivel mundial.
El Premio Marta es otorgado por la FIFA desde 2024 y funciona como el equivalente femenino del Premio Puskás. Reconoce, no solo, la estética de la anotación, sino su ejecución técnica, contexto y limpieza. En el caso de Ovalle, el gol, marcado con Tigres Femenil ante Chivas Femenil durante un partido de la Liga MX Femenil, fue elegido entre decenas de candidatas alrededor del mundo por su originalidad y dificultad técnica.
Pero pensar que este reconocimiento se explica solo por una jugada sería quedarse corto.
Desde su debut en la Liga MX Femenil en 2017, Jacqueline ‘La Maga’ Ovalle ha construido una de las carreras más consistentes del futbol mexicano. Supera la centena de goles oficiales, acumula decenas de asistencias y ha sido pieza clave en múltiples campeonatos con Tigres, el club más dominante de la liga desde su creación. Ha disputado finales, liguillas y partidos decisivos de manera constante durante más de siete años; la regularidad, en el alto rendimiento, también es talento.
Ovalle no es una futbolista que viva de destellos aislados. Su valor aparece en la lectura del juego, en su capacidad para romper esquemas defensivos y en una creatividad que no se improvisa. En un futbol cada vez más físico y estructurado, ella ha sostenido un estilo basado en la intuición y la técnica. El Camaroncín no fue un acto impulsivo: fue la consecuencia lógica de años entendiendo el espacio, el tiempo, el cuerpo y las dinámicas de juego.
Desde su irrupción en Tigres Femenil, Ovalle se distinguió por algo que no aparece en los manuales tácticos: la capacidad de imaginar. No buscó adaptarse para pasar desapercibida, buscó marcar diferencia, y así, demostró que la creatividad es una herramienta competitiva.
Ese gol, no solo fue viral por su estética, recorrió el mundo porque representó algo más amplio: desafiar la idea persistente de que la genialidad femenina es excepción y que el riesgo debe evitarse. Ovalle eligió tomar otro camino en un partido oficial, bajo presión real, y lo hizo porque confía en su talento y porque la cancha de juego también es un lienzo en blanco.
El Premio Marta coloca a Jacqueline Ovalle en una conversación internacional y confirma que el futbol femenil mexicano no solo exporta jugadoras, también exporta momentos icónicos. Momentos que se estudian, se replican y se recuerdan como un mensaje a las nuevas generaciones donde se deja claro que la creatividad no estorba, la audacia no se castiga y atreverse puede marcar la diferencia.
Esto nos abre camino a una nueva conversación que durante años se intentó minimizar: el talento femenil que se forma en México compite a nivel élite. La Liga MX Femenil, con todas sus áreas de mejora, ha construido un espacio competitivo donde la identidad importa. No es casualidad que un gol premiado a nivel mundial haya nacido en una cancha mexicana. Es el resultado de procesos que llevan casi una década en construcción.
Toda su trayectoria, los títulos, los goles, las finales, incluso la presión de sostener un alto nivel durante años, la llevó a ese instante. El gol fue el segundo exacto. El premio, la validación global. El camino, lo verdaderamente extraordinario.
Jacqueline Ovalle no ganó solo un trofeo. Confirmó que el futbol femenil mexicano produce talento que compite, que crea y que se atreve a imaginar. Y cuando una futbolista se atreve, el deporte entero avanza.
¡Abramos cancha!

