Alejandro Armenta, gobernador de Puebla, sorprendió al proponer que la nueva desviación del Arco Norte lleve el nombre de Manuel Bartlett, a quien definió, sin rubor, como “un luchador social”. El detalle no pasó desapercibido. Bartlett, figura incómoda para algunos y símbolo de la vieja política para otros, vuelve así al centro de la conversación pública, ahora no por un cargo, sino por una obra de infraestructura. En los pasillos políticos se comenta que el gesto va más allá del reconocimiento histórico: es un mensaje interno, un abrazo a ciertas corrientes del morenismo y una señal clara de con quién sí y con quién no se construyen lealtades en Puebla. Porque en política, los nombres que se ponen a los caminos casi nunca son casualidad… y menos cuando llevan apellido pesado.
Miguel Torruco Garza vuelve a moverse dentro del Gobierno federal, aunque en realidad nunca salió del radar. Claudia Sheinbaum lo nombró subsecretario de Prevención de las Violencias, pero el detalle fino es que ya operaba en el área de deporte ligada a la SEP, desde donde organizó la Clase Nacional de Boxeo y otros eventos masivos. Ahora, ese mismo perfil —más deportivo que policiaco— será el eje de su nueva encomienda: prevención del delito desde el deporte y la cultura. En Palacio lo ven como una reubicación estratégica, no como una improvisación, y de paso cubre el espacio que dejó Esthela Damián al mudarse a la Consejería Jurídica. Dicen que no llega por casualidad: sabe llenar plazas, mover gente y evitar conflictos, justo lo que el nuevo gobierno quiere proyectar en su narrativa de prevención. En política, cambiar de silla no siempre significa empezar de cero.
