Cuando se habla de las ciudades sede del Mundial, casi siempre la conversación gira en torno a estadios, capacidad hotelera, movilidad o espectáculos.
Todo eso importa, por supuesto. Pero hay algo que no aparece en los cuadros comparativos y que, al final, define la experiencia de millones de personas: la gente.
Y en ese terreno, la Ciudad de México juega en otra liga.
Aquí el Mundial no llega a una ciudad que se pone en modo evento. Llega a una ciudad que ya sabe recibir, convivir y compartir. Una ciudad donde el visitante no se siente extraño, sino invitado. Donde preguntar una dirección puede terminar en una recomendación, una historia o una invitación a quedarse un rato más.
La capital es una ciudad intensa, vibrante y profundamente humana. Una ciudad que abraza —y abraza fuerte— con corazón grande. Eso no se aprende en manuales de hospitalidad ni se improvisa en seis meses de preparación: es una forma de ser que se construye todos los días en la calle.

Durante el Mundial, esa cualidad marcará la diferencia. Mientras otras sedes concentrarán la experiencia en los estadios y sus alrededores, en la Ciudad de México el fútbol se mezclará con la vida cotidiana. Se vivirá en los barrios, en los mercados, en las plazas públicas, en el transporte, en las conversaciones espontáneas. La fiesta no estará contenida: será una fiesta de todos.
La CDMX es también una ciudad diversa e incluyente, donde caben todas, todos y todes. No como consigna, sino como práctica. Por eso no sorprende que el Mundial conviva con el Pride, ni que las calles se llenen de acentos, colores y banderas distintas. Aquí la diferencia no se tolera: se celebra.
Quienes lleguen no solo recordarán los partidos. Recordarán lo que comieron, lo que caminaron, lo que descubrieron sin buscarlo. Recordarán a la gente que los orientó, que los acompañó, que los hizo sentir parte de la ciudad. Y eso, al final, pesa más que cualquier espectáculo planeado.

En un Mundial con 16 ciudades sede, cada una competirá por destacar. Algunas lo harán desde la infraestructura, otras desde la imagen o la modernidad. La Ciudad de México lo hará desde algo mucho más poderoso: su dimensión humana.
Cuando el torneo termine y el mundo compare experiencias, la diferencia será clara. No se medirá solo en goles ni en cifras. Se medirá en recuerdos. Y en ese terreno, la Ciudad de México tiene ventaja.
Porque el Mundial se vive en la gente.
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