Trágicamente, hasta el 80% de los casos de cardiopatías y accidentes cerebrovasculares podrían evitarse mediante la prevención.
Sin embargo, para las personas con diabetes —sin importar el tipo— esta estadística cobra un significado particularmente urgente: el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares es significativamente mayor, convirtiendo estas complicaciones en una de las principales causas de muerte en esta población.
Así, este día sirve como recordatorio de que la prevención cardiovascular en personas con diabetes no puede esperar.

Dos caminos, un mismo destino
Aunque la diabetes tipo 1 y tipo 2 son condiciones fundamentalmente diferentes, ambas elevan dramáticamente el riesgo cardiovascular. La diferencia radica en cómo lo hacen.
Las enfermedades cardiovasculares y la diabetes tipo 2 están fuertemente influenciadas por las elecciones cotidianas de estilo de vida: dieta, actividad física y hábitos en general.
Ambas condiciones afectan considerablemente a estas comunidades, donde los determinantes sociales de salud juegan un papel crucial.
Por ejemplo, se ha demostrado que las intervenciones intensivas en el estilo de vida ayudan a reducir la incidencia de esta enfermedad metabólica, con beneficios sostenidos incluso después de 21 años de seguimiento en estudios como el Programa de Prevención realizado en Estados Unidos.

En contraste, las enfermedades cardiovasculares en la diabetes tipo 1 tienen menos que ver con el estilo de vida y más con las consecuencias vasculares a largo plazo de vivir con la condición misma.
Una investigación reciente publicada en The Lancet Diabetes & Endocrinology reveló que los adultos mayores con diabetes tipo 1 enfrentan un riesgo cardiovascular más alto comparado con aquellos que padecen el tipo 2, sugiriendo que una mayor duración de la enfermedad y una carga glucémica acumulada son factores clave.
Y es que la hiperglucemia crónica causa disfunción endotelial a través de diversos mecanismos: estrés oxidativo, inflamación vascular y engrosamiento progresivo de las paredes arteriales.

Las personas con diabetes tipo 1 podrían no presentar necesariamente los factores de riesgo cardiovascular tradicionales asociados al tipo 2 —como obesidad, hipertensión o dislipidemia—, por lo que resulta imperativo implementar intervenciones y monitoreo específicos para esta población.
La brecha del tratamiento
El manejo efectivo de la hiperglucemia es crucial para reducir las complicaciones cardiovasculares a largo plazo. Sin embargo, el panorama global es desalentador: solo el 55% de las personas con diabetes en todo el mundo han sido diagnosticadas.
Entre quienes reciben tratamiento, menos de la mitad logra un control glucémico óptimo. Al considerar toda la población diabética, esta proporción cae a apenas uno de cada cinco, evidenciando una brecha sustancial en el manejo efectivo de la enfermedad.
Pero el control de la glucosa, aunque fundamental, no es suficiente. Existe una fuerte relación dosis-respuesta entre la hiperglucemia y los resultados cardiovasculares adversos, pero la prevención debe extenderse más allá.

Los niveles de colesterol, lípidos, la tasa de filtración glomerular estimada y la presión arterial —junto con la hemoglobina glucosilada— aumentan el riesgo de enfermedad arterial coronaria y cerebrovascular.
El problema: estos factores de riesgo suelen pasarse por alto en la práctica clínica, y muchas personas con diabetes permanecen sin tratamiento para hipertensión y dislipidemia.
El déficit en prescripción
A pesar de que las guías internacionales recomiendan al menos terapia con estatinas de intensidad moderada para prevención primaria en personas con diabetes tipo 1 o tipo 2, el uso real es preocupantemente bajo.
En Estados Unidos, menos del 40% de los diabéticos reciben estas prescripciones, con tasas aún más bajas en países de ingresos medios y bajos. Globalmente existen variaciones sustanciales e inconsistencias en las prácticas de prescripción, particularmente en el uso de estatinas de intensidad moderada o baja en pacientes de alto riesgo.
Los gobiernos y sistemas de salud deben priorizar políticas de salud pública centradas en la nutrición y abordar los factores socioeconómicos que impulsan estas enfermedades.

