En Polanco hay un local que, más que vender helado, propone un viaje directo a Italia sin escalas. Don Nino llega a la colonia como una heladería artesanal que apuesta por la autenticidad absoluta: aquí no hay reinterpretaciones ni “inspiraciones”, todo lo que se sirve —desde el gelato hasta la pastelería y el café— viene terminado desde Italia, exactamente igual a como se disfruta en Roma, Florencia o Londres.

La experiencia comienza desde el primer vistazo a la vitrina: 24 sabores de gelato que se mueven entre clásicos y rotaciones estacionales, pero con un protagonista indiscutible. El pistache es el sabor ancla, el que define la casa y el que mejor explica su filosofía.
Cremoso, profundo, elegante, sin estridencias ni dulzor excesivo. Probarlo es entender por qué Don Nino insiste en traer el producto final directamente desde Italia, aunque eso implique batallas constantes con la aduana y un proceso logístico minucioso en contenedores refrigerados.

Y es justo ahí donde entra el tema del precio. A simple vista, algunos podrían pensar que pagar 109 pesos por una bola de gelato es elevado.
Sin embargo, basta conocer el origen y el cuidado detrás de cada producto para que la percepción cambie. No se trata de una heladería convencional: aquí todo el valor está en la calidad de los ingredientes, en la fidelidad a la receta original y en la promesa de una experiencia auténticamente italiana. La diferencia frente a otras opciones locales es mínima en cifra, pero enorme en resultado.

Más allá del gelato, Don Nino también ha construido una sólida reputación por su pastelería. Los cannoli —rellenos de crema de pistache, avellana o chocolate— se ofrecen en versiones clásicas y generosas, coronadas con toppings que elevan aún más el antojo.
Hay tres tipos de tiramisú: el tradicional, uno de pistache y otro de fresa tipo cheesecake, además de cheesecakes de mango y cereza negra que combinan capas de mermelada de fruta, galleta y queso. Todo mantiene una línea clara: sabores definidos, recetas fieles y ejecución impecable.
El café no se queda atrás. También importado, elaborado con granos arábicos tipo bourbon, se sirve en versiones clásicas como americano, latte o cappuccino, pero también en preparaciones que se sienten como un postre en sí mismas.

El affogato —gelato bañado con café caliente— es un imperdible, al igual que una copa fría de temporada que mezcla crema y gelato de pistache con café al centro, perfecta para quienes buscan algo distinto.
Los macarons, coloridos y delicados, completan la experiencia. Pistache, avellana, mandarina y frambuesa son los sabores más solicitados, disponibles de forma individual o en cajas ideales para regalar. En temporada, se presentan con decoraciones especiales que los vuelven aún más atractivos como detalle festivo.
Don Nino no busca ser la heladería más barata ni la más ruidosa de Polanco. Su apuesta es clara: ofrecer un rincón italiano auténtico, donde cada bocado tenga sentido y coherencia con su origen.
Y cuando se entiende eso, el precio deja de ser un obstáculo para convertirse en parte de una experiencia que vale la pena vivir. Aquí, comer gelato es —literalmente— como viajar a Roma y probarlo tal como allí se sirve.

