Pareciera que la pandemia quedó atrás, como si fuera un mal sueño del que todos despertamos. Sin embargo, hay hábitos y reflexiones que perduran, y una de ellas se ve —literalmente— en las calles: correr se ha convertido en un fenómeno creciente que ya no se limita a moda o reto temporal. Hoy es una cultura, sobre todo entre los jóvenes.
En Querétaro y otras ciudades del país, el aumento de corredores es evidente. Basta ver cualquier parque o ciclo vía a las seis de la mañana, o asistir a los cada vez más numerosos eventos de 10K, medio maratón y maratón. Jóvenes que hace una década ni pensaban en levantarse temprano un domingo para correr 21 kilómetros, hoy lo hacen con convicción. Y lo más importante: lo hacen juntos.
Este boom no es casualidad. La pandemia nos obligó a replantear el valor de la salud física y mental. Encerrados y con ansiedad, muchos descubrieron en el running una vía de escape. Otros lo retomaron como una forma de reconectar consigo mismos. Lo cierto es que esa disciplina quedó instalada como parte de una nueva conciencia: una que prioriza el bienestar, la constancia y la superación personal.
Además, las redes sociales han amplificado esta tendencia. Grupos de entrenamiento, retos virtuales, historias de transformación física… todo suma a una narrativa inspiradora donde correr es sinónimo de equilibrio, fuerza y comunidad.
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Hoy, ver jóvenes entrenando para su primer maratón ya no es una rareza, es una señal de que algo cambió para bien. Y aunque el COVID se haya llevado muchas cosas, también sembró en muchos la necesidad de vivir mejor. En eso, el running se volvió una poderosa metáfora de vida: avanzar, resistir y nunca dejar de intentarlo.