Terminó la torpe puesta en escena gubernamental llamada “Elección del Poder Judicial”, marcada por el acarreo, los “acordeones” y una clara falta de interés entre la sociedad.
Según los nebulosos resultados oficiales, votó casi el 13% del padrón; según cálculos de académicos independientes, apenas llegó al 10%. En cualquier caso, estamos ante una simulación que costó siete mil millones de pesos y no logró su cometido: arrojar un resultado legítimo a través de la participación social.
La sociedad mexicana no validó, pues, la transformación del Poder Judicial en un club de ignorantes y resentidos con hambre, al dejar las urnas vacías. Envió así el claro mensaje de no querer ser parte de ese proceso ridículo y triste.
Sin embargo, una cosa es el amplio rechazo a participar en una jornada electoral patética y otra es oponerse al régimen que la organizó. Son cosas diferentes, aunque algunos quieran asimilarlas.
En la semana siguiente a esa ridícula jornada “electoral”, las voces de la oposición (es un decir) han intentado apropiarse, con igual torpeza, del mensaje social; diversos referentes opositores han intentado presentar la no participación en la jornada electoral como un voto activo de censura al régimen, en un afán por mantener cohesionado al propio rebaño: el de los mexicanos que no soportan al régimen de Morena pero aceptan cualquiera otra cosa a cambio.
Hay que decirlo: las urnas vacías del 1o de junio pasado no son un mensaje opositor al régimen; son, en el mejor de los casos, un mensaje contra la destrucción del Poder Judicial; en el peor, son mero desinterés; y en ambas opciones hay varios factores que pudieron influir en la escasa votación: la falta de difusión, la anunciada complejidad del mecanismo para marcar la boleta, la menor cantidad de casillas instaladas respecto a otras elecciones nacionales.
En todo caso, hay un enorme riesgo en tomar una cosa por otra: podemos perder una semilla cívica valiosa, tan escasa hoy, por ese afán de abrirla para presentarla como el fruto que no es.
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La ausencia de votantes en la elección simulada del Poder Judicial puede ser explotada, en su mejor versión, como una línea que la sociedad mexicana marca para separar lo tolerable de lo que no lo es; un “hasta aquí”; un “con esto no”. Ahí pueden caber tanto quienes jamás votaríamos por Morena, como quienes lo han hecho sin el menor asomo de vergüenza: es un espacio lo suficientemente plano, a ras de calle, como para que una mayoría de la sociedad mexicana entre en él y, a partir de esa identificación, construir algo más sólido contra este régimen criminal.
Quienes hoy, desde los partidos presuntamente opositores o desde la sociedad adversa a Morena, insisten en relatar el resultado de la jornada electoral como un hartazgo con el régimen, lejos de acotarlo le están ensanchando la pista para correr: el ánimo social aún está, en clara mayoría, con quienes regalan dinero y venden ilusiones de “justicia social”; decir, pues, que el 87% de los mexicanos está en contra del régimen guinda, es una mentira que puede ser desmentida asomándose a cualquier ventana, fortaleciendo así el discurso oficial.
No hay atajos al futuro. Ni siquiera los mexicanos, célebres por su ingenio cuando se trata de alcanzar algo en forma pronta y fácil, pueden saltar de este desastre a algo mejor por encima de un doloroso aprendizaje. Hay que respetar el curso.
CAMPANILLEO
Se puede gozar de la leche de la vaca, sin apacentar a uno de sus becerros.