No son tantos.
No son infinitos.
Los veranos con nuestros hijos —los de correr descalzos, reír hasta el cansancio, abrazar sin prisa— se pueden contar con los dedos de las manos. Y pasan más rápido de lo que quisiéramos aceptar.
A veces creemos que siempre habrá otra oportunidad. Otro fin de semana. Otro cumpleaños. Otro partido. Pero la infancia no espera. Y el tiempo, ese que tantas veces ponemos en pausa para todo lo demás, no se detiene.
Los hijos no nos necesitan perfectos. Nos necesitan presentes. Y lo que más recordarán no es cuánto trabajabas, sino si estuviste ahí. Si escuchaste. Si jugaste. Si supiste detenerte un momento para verlos crecer.
En México, la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT) revela que los hombres dedican solo 19 horas semanales al trabajo no remunerado y de cuidados, frente a más de 50 horas que dedican las mujeres. Pero más allá de la cifra, hay una ausencia que pesa: la de padres que no fueron parte activa de la historia emocional de sus hijos. No por falta de amor, sino por un modelo que les enseñó a dar, pero no a estar.
Y sin embargo, los hombres que hoy eligen involucrarse más en la crianza están escribiendo una historia distinta. Una donde cuidar no es perder poder, sino ganar significado.
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Estudios del Boston College confirman que los padres emocionalmente presentes reportan mayor bienestar, menos estrés y vínculos familiares más profundos.
Y es que cuidar también transforma al que cuida.
No hace falta tener todas las respuestas. Basta con estar.
Estar cuando un hijo necesita hablar.
Estar cuando quiere mostrarte un dibujo que a nadie más le importa tanto como a ti.
Estar para celebrar goles imaginarios, derrotas reales y miedos que se vencen solo con tu abrazo.
Porque un día, casi sin darte cuenta, será la última vez que te pidan que los lleves cargando, la última vez que te esperen en la puerta del colegio con ojos de héroe, la última vez que quieran que los acompañes a dormir. Y tú no sabrás que era la última… hasta que ya no ocurra más.
Quedan pocos veranos.
Aprovecha cada uno como si fuera el último.
Apaga el celular. Mira a los ojos. Juega. Enséñales algo. Pide perdón si te equivocaste. Dales motivos para recordar que su padre fue su hogar antes de que el mundo los empuje a buscarse lejos.
Los hijos no se quedan para siempre.
Pero el tiempo que les das hoy, ese sí se queda para siempre en ellos.
Y también en ti.