Periodistas, académicos e incluso ciudadanos de a pie, han sido sancionados en el presente mes debido a denuncias por parte de personajes políticos ante diferentes instancias, con un común denominador en los alegatos: sus ideas, expresadas en medios y redes sociales, resultaron molestas para el denunciante.
Columnas de opinión, investigaciones y tuits de mofa: todo cabe en la canasta de censura que empieza a ser ejercida en esto que se conoce como “México”. Poco importa la solidez o incluso la coherencia de los argumentos para castigar las ideas ajenas: las autoridades las aceptan y, con notable rapidez, sancionan al denunciado; y si el fallo es exhibido como absurdo, reculan en la forma pero se mantienen en el fondo, exigiendo un desenlace que no deje lugar a dudas sobre el sentido del mensaje: “no critiques al poder”.
Y sí: esto también se podía saber. Desde 2018 se nos anunció un “cambio de régimen”, edulcorado con transferencias directas y envuelto en la borrachera discursiva de la justicia social, que hoy, siete años después, comienza a mostrar sin maquillaje alguno su rostro de más largo aliento: el autoritario.
La naturaleza del poder es expandirse, y el objetivo de toda civilización es acotarlo. Cuando las sociedades eligen y validan a sus gobiernos, deben dividir el poder y crear mecanismos para contenerlo, a manera de mantenerlos funcionales y a su servicio para poder desarrollarse con suficiente orden. Un poder sin división ni contención no es funcional, no sirve a la sociedad y cancela la civilización. Lo estamos viendo hoy en esta especie de país.
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El poder en México ya no está dividido, y el régimen resultante no tiene contención; por eso atestiguamos la demolición de instituciones, el grave deterioro de la salud, la falta de seguridad, la franca ausencia del Estado de Derecho en amplias regiones y el asalto cotidiano al erario. Y como todo esto debe ser relativizado, contemporizado o francamente negado para beneficio del régimen, ahora vemos brotes de censura que habrán de crecer también sin contención alguna.
Sí: todavía se puede criticar al régimen de MORENA. En ciertos temas, a cierto nivel, en ciertos ambientes, todavía se puede ejercer la crítica. Pero esa es sólo la foto del momento y lo que debe ocuparnos es la tendencia: hacia dónde vamos y cuán rápido lo hacemos.
Conviene también entender que el poder no está dividido en México, pero tampoco está coordinado; esto es: el régimen no tiene un rasero para que sus operadores tomen decisiones; no hay, como sí lo hubo en el antiguo modelo político que MORENA busca restaurar, una “línea” clara sobre qué sí y qué no, y cómo proceder ante la crítica: cada cacique local y personaje nacional se siente en libertad de elegir los tiempos y modos para ejercer la censura, lo que nos coloca en un escenario todavía peor.
Aun así, el deterioro que sufre la sociedad mexicana en sus libertades y calidad de vida debe ser señalado; la demolición de las instituciones (y los acuerdos que representan) también; y todo ello exige ventilar los nombres y apellidos de los responsables. Renunciar a ello es abandonarnos a un proceso degradador que jamás tendrá autocontención: la historia del último cuarto del siglo pasado en este mismo país así lo demuestra.
CAMPANILLEO
Quien siga creyendo que demolieron al Poder Judicial por un berrinche, no está entendiendo cosa alguna y merece lo que le pase.