Hay estaciones que no solo cambian el clima, sino que nos ofrecen la posibilidad de cambiar la vida. El verano es una de ellas.
Es esa pausa que la vida nos regala después de tanto correr. Un paréntesis cálido entre el calendario escolar y la rutina que nos exige tanto, donde el sol no solo alumbra, sino que acaricia. Y donde —si lo decidimos— podemos volver a mirar a nuestros hijos no solo como parte de nuestras obligaciones… sino como las personas con las que queremos estar de verdad.
Este verano no necesitas pasaportes ni boletos de avión para darle a tus hijos el regalo más valioso: tu tiempo, tu presencia, tu alma disponible.
Vivimos en una época que glorifica lo ocupado, lo productivo, lo urgente. Pero el corazón de nuestros hijos no entiende de agendas; entiende de abrazos largos, de risas compartidas, de momentos sin prisa. Entiende cuando bajamos el celular y subimos la mirada. Cuando escuchamos sin interrumpir. Cuando decimos: “aquí estoy, y nada más importa”.
Aprovechar el verano es abrazar esa oportunidad.
¿Cómo hacerlo? No hace falta complicarse. Hace falta sentir.
1. Haz del tiempo ordinario, algo extraordinario. Una tarde cocinando galletas, una noche viendo las estrellas desde la azotea, una caminata tomados de la mano… No es lo que haces, es cómo lo haces. Estar presente de verdad es el mayor acto de amor.
2. Celebra sus mundos. Hazles preguntas. Escucha sus historias, aunque se repitan. Conéctate con sus pasiones, sus juegos, sus preguntas, incluso sus silencios. El verano es tierra fértil para sembrar seguridad emocional.
3. Crea una tradición de ustedes. Una canción que bailen juntos, un cuaderno donde escriban lo mejor de cada día, un desayuno especial los domingos. Lo pequeño, cuando es constante, se convierte en herencia emocional.
4. Enséñales a detenerse… observándote. Tomarte un café sin culpa, leer un libro, regalarte un rato para ti también es parte de educarlos. Porque las madres también importamos. Y una mujer que se cuida, les muestra el camino del amor propio.
5. Habla desde el alma. Este tiempo puede ser la puerta para conversaciones que no caben entre la prisa diaria. Hablen de lo que sueñan, de lo que temen, de lo que esperan. Cuando una madre abre su corazón, le da permiso al hijo de abrir el suyo.
El verano no es solo una estación. Es un llamado.
Es la oportunidad de volver a ser tribu, de sanar desde el juego, de encontrar en lo simple la riqueza que a veces perdemos de vista. Es el momento de recordar que la infancia no espera, que crecen más rápido de lo que queremos aceptar, y que lo que sembremos hoy, será el refugio emocional que ellos busquen mañana.
No hay prisa. No hay metas que cumplir. Solo este instante que tenemos frente a nosotros.
Porque un día, cuando nuestros hijos miren atrás, no recordarán lo limpio que estaba el piso…Recordarán si su madre se sentó con ellos a mirar las nubes.