No hace falta una celda para vivir encerrada. A veces, la prisión cabe en la palma de la mano, en un carrito de compras virtual o en una agenda que no deja huecos para respirar.
Son las adicciones silenciosas, esas que no huelen, no dejan rastros y se cuelan en nuestra vida disfrazadas de disciplina, compromiso o autocuidado. Lo peligroso es que, como no se ven, pueden acompañarnos durante años sin que las cuestionemos.
En Querétaro, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Psiquiatría y la Secretaría de Salud estatal, 4 de cada 10 personas han desarrollado algún comportamiento adictivo sin consumir sustancias. Entre las más comunes: trabajo excesivo, conexión constante al celular, compras compulsivas y ejercicio desmedido. La cifra coincide con la media nacional, pero con una particularidad local: en mujeres entre 25 y 45 años, el uso problemático de redes sociales ha crecido un 60% en los últimos cinco años.
El fenómeno no es exclusivo de México. Un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que las adicciones conductuales están en aumento global: en países como Japón y Corea del Sur, la dependencia al teléfono y al trabajo ya es considerada un problema de salud pública. En Estados Unidos, un estudio de la Universidad de Harvard reveló que el 36% de las mujeres revisa su celular más de 200 veces al día, incluso en horarios de sueño.
Lo veo a mi alrededor:La amiga que no apaga el celular ni para dormir, “por si hay algo urgente”.La mamá que convierte el ejercicio en castigo porque teme perder “la figura”.La mujer que necesita comprar algo para sentirse viva, aunque después el recibo le robe la paz.
Lo grave es que la sociedad nos aplaude. Nos llaman “productivas”, “disciplinadas”, “visionarias”. Nadie pregunta qué estamos pagando por sostener ese ritmo. Nadie sospecha que detrás de esa sonrisa hay insomnio, ansiedad o un vacío que no se llena con más trabajo ni más compras.
Yo lo entendí tarde: la adicción no siempre es un vicio. A veces es un intento desesperado de tapar un dolor que no queremos mirar. Su peor truco es que no deja marcas visibles, y por eso puede acompañarte toda la vida sin que la nombres.
Romper el círculo no es fácil, pero sí posible:
- Reconocer que algo te controla.
- Poner límites pequeños: un día sin redes, cerrar la computadora a la misma hora, un tope de gastos.
- Pedir apoyo real: amigas, terapia, grupos de acompañamiento.
- Recuperar lo que te da paz sin exigir resultados.
Si algo de esto te incomoda, escúchalo. No es exageración: cada día que postergas ponerle un límite, la jaula se cierra un poco más.
En Querétaro, la Secretaría de Salud ya trabaja en campañas de prevención para este tipo de adicciones, pero la primera línea de defensa está en nosotras. La vida que mereces no es la que te deja exhausta y sin aliento, sino aquella que puedes vivir sin depender de una pantalla, una compra o una lista interminable de pendientes.
La libertad no siempre empieza con una gran decisión. A veces basta con un gesto tan simple como valiente: apagar el teléfono… y quedarte contigo.