He estado en muchos foros donde se discuten temas fundamentales: leyes que pueden cambiar vidas, propuestas que buscan justicia, proyectos que merecen ser escuchados. La gente que sube al estrado conoce su tema, domina las cifras, entiende el contexto. Y sin embargo, no logra conectar.
Saben lo que quieren decir… pero no saben cómo decirlo.
Y cuando eso pasa, el mensaje se diluye, el impacto se pierde, la audiencia desconecta.
No se trata de dramatizar ni de fingir emociones. Se trata de darle alma a lo que se dice. De recordar que las ideas necesitan ritmo, presencia, estructura… y sobre todo, intención comunicativa. Porque no basta con hablar bien: hay que hacer sentir.
No es falta de tiempo. Es falta de entrenamiento.
Hay quien sube con la mejor intención, pero se refugia en sus apuntes, lee el celular, no mira al público, no respira, no pausa, no conecta. Y el momento que pudo haber tocado fibras o dejado huella… simplemente pasa.
Eso no solo ocurre en foros públicos. Pasa en reuniones, conferencias, clases, presentaciones, entrevistas. Gente brillante que no comunica lo que vale. Que pierde oportunidades porque no se entrena para hablar, persuadir y mover.
Hablar en público no es un don reservado a unos cuantos. Es una habilidad que se desarrolla, que se entrena, que se puede convertir en fortaleza.
He tenido la oportunidad de acompañar a personas que empezaron hablando con miedo, con rigidez, con duda… y que hoy son voces que se escuchan, se sienten y se recuerdan. Porque aprendieron a conectar desde lo que son, no desde lo que aparentan.
Porque entendieron que todo comunica.Y cuando se hace bien, transforma.