Hay días que marcan a un estado y que se quedan grabados en la memoria colectiva. Este fin de semana, Querétaro vivió uno de esos momentos: una tormenta inesperada y feroz que nos recordó lo vulnerables que podemos ser frente a la naturaleza. Colonias enteras bajo el agua, familias desalojadas con lo indispensable en las manos, calles transformadas en ríos de lodo. Fue duro, sí, pero también revelador: en medio del caos, apareció lo que de verdad nos define como queretanos, nuestra fortaleza y el orgullo de pertenecer a esta tierra.
Porque ser queretano no es solo presumir del crecimiento económico, de la industria o de nuestras tradiciones. Ser queretano es otra cosa: es la capacidad de tender la mano sin preguntar a quién, de organizarnos en medio de la emergencia, de trabajar hombro a hombro aunque la lluvia no dé tregua. Y lo vimos: más de mil 200 servidores públicos al día sacando agua de casas, cargando costales, retirando muebles dañados y entregando comida caliente y kits de limpieza. Mojados, cansados, con botas llenas de lodo, pero con la convicción de que estaban ahí para proteger lo más valioso: a nuestra gente.
El gobernador Mauricio Kuri y el alcalde Felifer Macías en la capital tampoco se quedaron atrás. No gobernaron desde la comodidad de una oficina: caminaron entre calles anegadas, escucharon a las familias, dieron instrucciones en tiempo real. Esa cercanía es la que más se recuerda en una tragedia, porque cuando todo se pierde, lo que consuela es saber que no se está solo.
En Corregidora y en El Marqués la respuesta fue igual de firme. Brigadas recorriendo comunidades puerta por puerta, maquinaria pesada desazolvando drenes, refugios habilitados para quienes no tenían dónde dormir. Sus alcaldes, Josué Guerrero Trápala y Rodrigo Monsalvo, se la rifaron con su gente: estuvieron en las calles, coordinando, ensuciándose las manos y dando la cara. Ese liderazgo cercano se agradece y se recuerda.
Pero lo más conmovedor vino de la propia ciudadanía. Vecinos que ayudaban a sacar agua de la casa del de al lado, familias que compartieron un plato de comida caliente, jóvenes que improvisaron brigadas para cargar costales o limpiar escombros. Esa solidaridad espontánea, esa manera de organizarnos sin esperar nada a cambio, es lo que hace de Querétaro un lugar distinto.
Claro que también hubo una lección que no podemos ignorar: la basura en drenes y coladeras agravó las inundaciones. La naturaleza no se puede controlar, pero lo que sí podemos evitar es que una botella de plástico o un mueble tirado se conviertan en un muro que bloquee el agua y termine por destruir un hogar. El futuro de Querétaro depende tanto de la acción del gobierno como de la responsabilidad de cada uno de nosotros.
Y aun así, en medio de la tormenta, descubrimos lo privilegiados que somos. Vivimos en un estado que responde, en una tierra que no se quiebra, en una comunidad que sabe levantarse. Querétaro es industria, historia, tradición y futuro, sí, pero sobre todo es su gente: solidaria, trabajadora y profundamente orgullosa de lo que es.
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Hoy lloramos las pérdidas y abrazamos a quienes sufrieron, pero también damos gracias por la fuerza que nos mantiene de pie. Porque en cada brigadista, en cada funcionario, en cada vecino que tendió la mano, se reflejó lo mejor de nosotros.
Ser queretano es saber que, pase lo que pase, no estamos solos. Que aquí, la unión vence a la adversidad. Que nuestro orgullo no se grita, se demuestra: en los actos de solidaridad que laten, con fuerza, en el corazón de nuestra gente.