En la vida pública, privada y profesional todos terminamos envueltos en discusiones. Y la mayoría cree que ganarlas depende de gritar más fuerte, imponerse con agresividad o descalificar al otro. Grave error. La discusión no es un ring, es un tablero de ajedrez. No gana el más ruidoso, gana el más estratégico.
Primera regla: no hables de lo que no sabes. La improvisación puede ser peligrosa si no se respalda con conocimiento. Hablar con ligereza sobre un tema puede dar unos segundos de falsa seguridad, pero deja una huella de ignorancia difícil de borrar. Enfócate en tu argumento y en el tema que dominas, no te distraigas: la claridad es tu mejor defensa.
Segunda regla: no insultes ni intentes ridiculizar. La burla es el recurso de quien no tiene argumentos. Y cuando alguien no los tiene, suele recurrir a levantar la voz o a despreciar la opinión contraria. Nada refleja más debilidad que la falta de respeto.
Tercera regla: escucha. Escuchar no es esperar tu turno para hablar, es analizar con precisión lo que el otro dice. Cada palabra que recibes puede ser la pieza que uses después para mover con inteligencia tu argumento.
Cuarta regla: controla tus emociones y tu cuerpo. El tono de voz, la mirada y la postura muchas veces pesan más que el contenido de lo que dices. La serenidad y la seguridad son señales de dominio. Un buen ajedrecista nunca muestra nerviosismo frente a su rival, aunque esté a una jugada del jaque mate. Y si te atacan fuerte, no te ofendas ni reacciones con visceralidad: muchas veces esa es la herramienta del otro para desestabilizarte.
Ganar una discusión no significa humillar ni dejar al otro en ridículo. El verdadero triunfo es que, cuando termine la conversación, te miren con respeto, recuerden tu argumento y reconozcan que hablaste con inteligencia. No se trata de tener la última palabra… se trata de dejar la palabra que permanece.
Porque también en el debate, Todo Comunica.