En 2027 se renovarán gubernaturas en 17 estados de lo que conocemos como México: 12 gobernadas (es un decir) por “morena”, tres bien gobernadas por el PAN (obviamente incluido Querétaro), una por
Movimiento Ciudadano y la última por un satélite de “morena”. A 20 meses de esa jornada electoral, se acerca el momento de las grandes definiciones para quienes aspiran a gobernar por fuera de las siglas del régimen federal.
Una de las primeras definiciones, quizá la más importante, tiene que ver con el concepto de “alianza”, noción a la cual se recurrió en 2024 en la elección federal y algunas locales, como si fuera una suerte de panacea que pudiera solventar las carencias de candidatos y partidos; quedó claro que no era así y que, lejos de ayudar a los partidos y candidatos competitivos, les representó un lastre.
Previo a esa elección platiqué con un político queretano de noble cuño, priista entonces, que sostenía que la alianza era un error; a mí me parecía que no sumaba mucho ir en alianza, pero no que hiciera daño; el tiempo le dio la razón a él y a mí me dejó una valiosa lección.
Mi interlocutor explicaba (y yo coincidía) que la alianza hacía vaga la propuesta electoral: Pri, Pan y Prd tenían muy poco en común a los ojos del electorado, y encimar logotipos y colores en la propaganda y en la boleta dificultaría la transmisión de un mensaje sólido; peor aún: él advertía (lo cual me parecía exagerado) que la base electoral de esos partidos, los votantes que se identifican claramente con cada uno de ellos, elegirían no votar antes que hacerlo por una propuesta donde aparecieran los otros dos logotipos. Los números demuestran que tuvo razón.
Así pues, los partidos de oposición que gobiernan estados y capitales en México y aspiran a seguir haciéndolo a partir de 2027, deberían olvidarse del tema de la alianza electoral; si bien una alianza política tras bambalinas podría servir, deberían abstenerse de amontonar logotipos y colores en bardas y boletas: ante un régimen narrado en forma tan sólida como el de “morena”, hay que plantar cara con una narración igualmente sólida, diferenciada, que permita elegir con facilidad.
En el caso concreto de Querétaro, que es el que más me importa porque aquí vivo, el Pan tiene argumentos de sobra para armar un discurso cien por ciento azul de cara a la elección, que le permita aparecer sin escoltas en bardas y boletas, y mantenerse en el poder; un discurso diferenciado, de alto contraste, que coseche las claras ventajas que ha construido Querétaro por décadas y le permiten situarse por encima de prácticamente todas las demás entidades del país.
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Que los acuerdos con otros partidos opositores para enfrentar aquí al régimen guinda sucedan, pues, en otros ambientes y canales, no en el formal electoral; que se identifiquen fortalezas geográficas, distritales, estructurales, y a partir de ellas se arme una estrategia, pero todo ello lejos de los ojos del gran público, porque el costo de confundirlo diluyendo el relato panista sería alto.
El mundo, México y desde luego Querétaro, han entrado en una dinámica donde la democracia y aún el civismo están puestos a prueba: es momento de simplificar al máximo los relatos electorales; de contrastar con fuerza y en cada aspecto; de exhibir con toda autoridad los logros propios y los fracasos ajenos. Es momento de ser muy diferentes.
CAMPANILLEO
La época civilizada en que el electorado atendía, entendía y apreciaba las alianzas, terminó hace casi dos décadas. No le pidan tanto.