En los años 40, decía Goebbels: “No hablamos por hablar, sino para conseguir algo.” Y, sin embargo, parece que hoy hablamos por inercia. ¿Cuántas veces nos presentan a alguien y en segundos olvidamos su nombre? ¿Cuántas reuniones, comidas o pláticas terminan y no recordamos de qué se habló? Preguntamos ¿cómo estás?, ¿cómo te ha ido?, ¿cómo está la familia?, sin esperar realmente la respuesta.Conversamos, pero no conectamos. Oímos, pero no escuchamos.
La calidad de la comunicación - esa que debería reflejar intención, atención y propósito - se ha vuelto un lujo. Estamos tan acostumbrados a llenar el aire de palabras que olvidamos que cada palabra tiene peso, forma y dirección.Nos presentamos, hablamos, sonreímos… pero ¿cuánto de eso es genuino?
No se trata de volvernos solemnes, sino conscientes; de entender que comunicar es un acto bilateral: alguien habla, alguien escucha, ambos se transforman. Una conversación no se sostiene solo con quien emite, sino también con quien recibe.Escuchar con atención, mirar con interés, asentir con el cuerpo o con la mirada, también son formas de comunicar. Cada gesto y cada silencio pueden sumar o restar.La comunicación crece cuando ambas partes ponen lo mejor de sí: una con la claridad de su mensaje, la otra con la apertura y disposición para comprenderlo.
Hablar sin escuchar es monólogo; escuchar sin interés es protocolo, una conversación valiosa no necesita duración, sino presencia y un discurso memorable no depende de su extensión, sino de su sentido.
¿Qué pasaría si invirtiéramos la fórmula?Si, en lugar de hablar por cumplir, habláramos para construir, si al preguntar realmente quisiéramos saber y si al decir algo buscáramos dejar una huella, aunque fuera pequeña, en quien nos escucha.
La próxima vez que estés en una reunión, en una comida, en un escenario o frente a una cámara, detente un segundo:¿vas a hablar solo por estar, o para decir algo que valga la pena ser escuchado?
Porque, al final, también en la forma en que escuchas, preguntas o respondes...Todo Comunica.

