Hay momentos en la política en los que todo parece reacción. Declaraciones que persiguen declaraciones, decisiones que llegan tarde, discursos que nacen cansados. Como si el escenario ya estuviera montado y la mayoría solo pudiera salir a improvisar, esperando que la siguiente escena les sea favorable.
Antes de entrar en materia, quiero agradecer a Publimetro y a su director la confianza y el espacio para volver a escribir. Después de una pausa necesaria —metafóricamente hablando— regreso a este ejercicio con la misma convicción de siempre: leer la coyuntura con calma, incluso cuando el ruido aprieta.
En política, no todos juegan el mismo juego. Algunos se mueven como si el tablero solo existiera cuando les toca turno. Otros, en cambio, parecen escribir el guión con varios capítulos de anticipación. La diferencia está en el control del tiempo.
Quien escribe el libreto no siempre es quien más habla. Suele ser quien define los ritmos, quien anticipa las reacciones, quien entiende que la política no solo es choque, sino secuencia. Y este arte, casi siempre, se ejerce mejor cuando no se anuncia.
Los improvisadores, en cambio, viven en modo respuesta. Reaccionan al tema del día, al golpe mediático, a la tendencia de la semana. A veces conectan, a veces se salvan, pero rara vez conducen. Su problema es la ausencia de una narrativa propia que les permita ordenar el momento.
Aquí entra la comunicación como pieza clave: como estructura. Es bien simple, hay que decir las cosas con sentido. Y aunque las palabras riman, no es lo mismo aparecer que permanecer. Cuando la comunicación y la política se entienden, el discurso se convierte en dirección.
Y esto no es un asunto de partidos, sino de método. Hoy se gobierna y se compite no solo desde las decisiones formales, sino desde la capacidad de construir una historia que avance con coherencia. Quien no entiende eso termina actuando escenas sueltas de una obra que otros ya están dirigiendo.
Quizá por eso los movimientos más importantes rara vez ocurren en conferencia de prensa. Ocurren en silencios, en acuerdos discretos, en cálculos largos. Ahí donde no todos están mirando, pero donde casi todo se define.
Porque al final, la política se parece menos a un ring y más a un escenario de tiempos. Y en ese escenario, no siempre gana quien mejor improvisa, sino quien sabe con claridad qué papel está interpretando.
En filigrana…Esta semana, muchas Lupitas celebran su santo. Y si algo nos une profundamente a los mexicanos, más allá de la política y de cualquier coyuntura, es sabernos guadalupanos, incluso cuando no lo decimos en voz alta.

