Los cementerios son espacios que albergan un gran número de personas fallecidas; sin embargo, también suelen tener una gran afluencia de seres queridos que visitan los restos de sus difuntos. Además, hay fans que buscan las tumbas de famosos para obtener una foto, pero ¿Hay otra razón para visitar un camposanto?
Para responder a la pregunta antes realizada, es necesario hablar de Victor, un hombre que al morir se convirtió en la sensación para miles de mujeres. En el célebre cementerio de Père-Lachaise en París, entre las sepulturas de icónicas figuras como Jim Morrison y Oscar Wilde, yace un monumento que se ha convertido en un insólito santuario de la fertilidad.
Sí, se trata de la tumba de Victor Noir, un periodista francés del siglo XIX, cuya efigie de bronce es visitada anualmente por miles de mujeres que buscan concebir un hijo, encontrar matrimonio o mejorar su vida íntima. La leyenda que envuelve la tumba es específica y peculiar.
Se dice que una mujer debe besar los labios de la estatua, colocar una flor en su sombrero y frotar su notoria área genital para que sus deseos se cumplan. Quienes buscan casarse, supuestamente lo logran en menos de un año, mientras que otras visitantes aseguran haber logrado el anhelado embarazo, e incluso el nacimiento de gemelos, gracias a este ritual.
Curiosamente, este mito no tiene relación alguna con la vida de Yvan Salmon, el hombre detrás del seudónimo Victor Noir. Fue un joven periodista del diario La Marseillaise cuya carrera fue breve y sin mucho esplendor. Sin embargo, su muerte en 1870 fue un escándalo político: fue asesinado a tiros por el príncipe Pierre Bonaparte, primo del emperador Napoleón III, en un altercado relacionado con un artículo periodístico.
El origen de la creencia popular nació décadas después, cuando sus restos fueron trasladados a Père-Lachaise. El escultor Jules Dalou creó para la ocasión una estatua de bronce que representa a Noir en el momento exacto de su muerte. Por razones que se desconocen, Dalou esculpió la figura con un bulto considerable en la entrepierna.
Esta característica fue suficiente para que, con el tiempo, se iniciara el mito y miles de mujeres comenzaran a acudir al lugar, convirtiendo el monumento en la “estatua más acariciada de París”. El desgaste en la escultura se hizo tan evidente.