Lisboa, una de las más atractivas capitales europeas, esconde bajo sus calles un laberinto de túneles y galerías que fueron parte de un complejo sistema de canalización que ayudó a poner fin a la falta de agua apta para el consumo en la ciudad.
Esta «metrópoli» subterránea fue construida en el siglo XVIII como parte de un proyecto para abastecer de agua potable a la ciudad, que no podía aprovechar el río Tajo por su salinidad.
Las galerías, que nacen a los pies del Acueducto de Lisboa, forman un laberinto de 32 kilómetros que opta a ser Patrimonio Histórico de la Humanidad de la Unesco.
De esta monumental obra solo dos kilómetros se han abierto al público, para recorridos guiados y en grupos pequeños para asegurar la conservación y evitar problemas por las limitaciones del espacio.
El recorrido por estos oscuros caminos, a tres metros y medio de profundidad, permite descubrir una Lisboa muy diferente de la mano de fotografías de la superficie colgadas en las estrechas paredes de los túneles, que ilustran la ruta y orientan al visitante sobre el punto exacto en el que se encuentra.
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