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“Cafés con piernas”... El remanso de los hombres chilenos

Imagine un café normal. Con un par de mesas, tazas por doquier y ese olor fuerte y cautivante de aquella infusión. Ahora agréguele a eso unas cuatro o cinco hermosas mujeres, ataviadas con pequeños bikinis y siempre solícitas que sirven y conversan con los parroquianos. Ésa, es la viva imagen de un café con piernas.

En el centro de Santiago, la capital chilena, este tipo de establecimientos ha proliferado explosivamente desde finales de la década de los 90 hasta el día de hoy.

En realidad, en todos los pueblos del país al menos existe un café de este tipo. Y hay de todas las calañas: desde los más inocentes hasta los más alocados, donde se ha instaurado el concepto “el minuto feliz”, momento en que las muchachas atienden “en cueros”.

Hay que destacar que en algunas ocasiones la policía chilena ha clausurado algunos de estos lugares por facilitar el ejercicio encubierto de la prostitución. Como le dije, hay de todo en este negocio.

La estructura de los cafés con pierna es peculiar. Generalmente cuentan con una barra de poco menos de un metro de altura, mientras las mujeres que atienden se ubican en una plataforma de unos 15 a 20 centímetros. Así, el campo visual del cliente queda centrado en el busto y el ombligo de las dependientas.

¿Y la gente puede mirar desde la calle? Para nada. Cuentan con ventanas polarizadas que impiden la visión desde el exterior. Lo que pasa en el café, queda en el café…

La entrada de mujeres no está prohibida, siempre y cuando vayan acompañadas, pero su presencia en estos lugares es muy esporádica.

Además, los cafés con piernas son el punto de encuentro de las más distintas raleas de oficinistas y personas que trabajan en el centro de la ciudad.

Antes de entrar a trabajar, durante el almuerzo y a la hora de salida, son los momentos en que los hombres chilenos acuden como feligreses al encuentro de su taza de café y sus musas. Siempre en grupos, nunca arriban solos. También es posible ver desde estudiantes universitarios a abuelitos: y claro, quién se negaría a un café.

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