Una vez que termina su sermón, el predicador invitado ofrece una bendición y baja al vestíbulo para estrechar manos y, quizá, vender algunas copias de su libro testimonial.
De entre la gente que se arremolina, una joven llega al frente y extiende su mano para mostrar un reloj de pulso de Elvis Presley. El predicador sonríe, mientras una mujer de cabello cano le cuenta al oído sobre sus viajes a Graceland y le confiesa que tiene una pintura del artista en la pared de su dormitorio. Otros cuentan de cuando vieron a Elvis por televisión o iban en auto a otro pueblo para ver su última película.
El pastor sonríe. Sabe que la mayoría de las personas que acudieron a la misa vespertina de la capilla bautista Freewill no fueron para oír a Rick Stanley, el evangelista. Fueron a ver al hermanastro de Elvis.
“¡Esas damitas… creen que soy Elvis!”, murmura Stanley. “Bueno, para ellas, soy lo más cercano a él”.
Elvis está muerto, pero su hermanastro aún vive. Por 10 meses al año, el evangelista de cabello plateado recorre el país para hablar en auditorios escolares y predicar en iglesias con un mensaje que habla tanto del Espíritu Santo como del fantasma de Elvis.