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Instrucciones para dejar (o no) propina

Para ser leídas con: «A Complicated Life», de Stéphane Pompognac

Paso 1. Entienda el dilema

La propina es un monstruo mucho más complejo de lo que parece en superficie. Se trata de un signo de gratitud que opera al mismo tiempo como uno de culpa o uno de aceptación social. De hecho, se ha convertido en una especie de dilema encubierto que varias sociedades han tratado de resolver y aún no hay acuerdo. Mientras que hay culturas que ven como un verdadero insulto el que se deje una cantidad extra por su trabajo, como en Japón, hay lugares en esta ciudad en los que el mesero vive exclusivamente de la propina. Esto puede indicar, más que la esquizofrenia cultural disfrazada de normalidad de los tiempos que nos tocó protagonizar. 

Paso 2. ¿Quién inventó la propina?

Entender las causas posibilita ver con perspectiva. Se dice que el origen de la propina se encuentra en el miedo: cuando en la Edad Media los nobles cruzaban pueblos peligrosos y se acercaban varios grupos, quienes recibían una propina para mantener el asunto calmo. Algo semejante al cruce de Bucareli y Cuauhtémoc con los limpiaparabrisas. Pero esto no es nuevo, en el siglo XVIII, las cafeterías en Inglaterra mostraban un jarrón con un cartel que decía «To insure promptitude (capte usted el acrónimo)». El subtítulo era simple: si no «te caías», no tendrías un servicio ágil. Lo paradójico es que se mantenga vigente y disfrazada una práctica así cuando a nadie le gusta sentirse engañado ni pagar por una gratuidad. 

Paso 3. ¿Propina o tributo?

La convención ha hecho de una opción amable, la obligación y el aprieto en el que se mete uno con tan sólo contemplar la posibilidad de no dar una propina. Tome un taxi en Las Vegas, por ejemplo. El conductor será furioso (no muy rápido), posiblemente malencarado y hará lo que debe hacer: conducir un auto de un punto A a uno B. Si no recibe una buena propina por esto, lo más probable es que usted se convierta en objeto de gritos y un pequeño encuentro con el reflector del escarnio que nunca quiso tener. Otro encuentro poco afortunado es cuando su cuenta ya incluye una propina obligatoria disfrazada de «sugerida». El establecimiento ha decidido que debe pagar extra porque simplemente así lo dispuso. O piense cuando encuentra lugar en la calle y se acerca un maleante que demanda dinero para que su vehiculo esté seguro (es decir, para que éste no le haga daño). Levante las manos, saque su cartera y haga lo que le dicen. Es aquí cuando no hay propina que valga para entender por qué se da propina. 

Paso 4. Pague o condénese

Me ha tocado visitar oficinas públicas en donde hay un frasquito de mermelada con la etiqueta debidamente respetada en donde yacen algunas monedas y un letrero en el que agradecen la propina. Acéptelo: la propina se ha convertido en un impuesto informal, así como pagar sin cambio es hoy sinónimo de irse sin pagar. Lo que nos queda es tratar de entender un sistema inequitativo en el que la más pequeña oportunidad de sacar provecho se muestra como legal y hasta saludable. Y así es como convivimos: con la sensación de sentirse robado por un mal servicio o la falta de organización social: viene vienes, valet parking, funcionarios públicos: pero como vivimos en un mundo al revés, que no le extrañe que próximamente se pida propina cuando le toque pagar sus impuestos. 

Paso 5. Que hable el sentido común 

La propina no puede suplir un mal salario. Sólo una visión de corto plazo alimentaría a propinazos la falta de un contrato, un seguro social, fondo para el retiro y prestaciones (¡de ley!). Se entiende que hay formas de agradecer un buen servicio, pero a la larga, y fuera de cualquier tacañería, dejar propina ha hecho que las mafias de los restaurantes, por ejemplo, marginen al mesero y lo hagan dependiente de esto, que desde un principio tendría que verse como una prerrogativa y nunca como una obligación. Igual, desde la postal de este divertido mundo al revés, sería más conveniente para sus finanzas personales y para la estabilidad a futuro del gremio de atención restaurantera, invitar al mesero a sentarse y cenar, que dejar quince o veinte por ciento de la cuenta. 

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