A finales del año 2018 México se encuentra en una situación muy compleja. El gobierno entrega un país con enormes desafíos. La sociedad está harta de vivir en condiciones inadmisibles de inseguridad y de violencia, extendida casi por todo el territorio nacional, lo mismo en las ciudades que en el campo. La administración federal fracasó al continuar desde 2006 con una estrategia que solo ha resultado en miles de muertos y personas desaparecidas.
En lo social las cosas no van mejor. En los últimos años, como consecuencia de una política neoliberal insensible ante las necesidades de las personas y de las comunidades con mayores carencias, las desigualdades entre los mexicanos se profundizaron más que nunca. Por ejemplo, hay millones de jóvenes que no encuentran un espacio en las escuelas públicas para estudiar y que tampoco pueden tener acceso a un empleo.
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La economía se encuentra atrapada en un crecimiento mediocre de alrededor del dos por ciento, en el que si se toma en cuenta el aumento demográfico prácticamente se ubicaría en cero. Pese a que el gobierno presume que ha habido una aparente estabilidad, lo cierto es que la economía familiar ha empeorado.
Los precios de los productos básicos se han encarecido; la devaluación del peso ha sido de más del 50 por ciento; los precios de las gasolinas y de la electricidad se han incrementado de manera excesiva, pese a que el gobierno dijo que con la reforma energética bajarían.
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Por todas estas razones el gobierno de Enrique Peña Nieto termina sin credibilidad, con ciudadanos frustrados ante lo que perciben en su día a día. Por ello la gran mayoría optó en las elecciones pasadas, por una profunda transformación del gobierno y del país. Quizá el aspecto más positivo de estos años fue el despertar de la sociedad y que mediante la democracia decidió por el cambio, aunque eso no se debe a una concesión del gobierno, sino a la voluntad de las mexicanas y los mexicanos por iniciar una nueva etapa en nuestra historia.