México tuvo, durante varias décadas, un gran prestigio diplomático por su actuación como mediador en conflictos político-sociales de otros países. La aplicación de los principios de no intervención, libre determinación de los pueblos y solución pacífica de las controversias permitieron que nuestro país contribuyera de manera determinante en el restablecimiento de condiciones de paz y desarrollo en diversas naciones.
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Ante el actual escenario internacional en el que varios gobiernos han intentado intervenir en los asuntos internos de Venezuela, la administración del Presidente López Obrador ha tomado un camino distinto y proactivo. Como parte de la recuperación de una política exterior basada en principios es acertado que el gobierno mexicano haya ofrecido sus buenos oficios a las partes venezolanas para mediar en el conflicto.
México tiene una gran experiencia en ese sentido. Basta recordar que en los años 70 y 80 la participación de nuestro país fue parte muy relevante del Grupo Contadora. Ese mecanismo, formado por varios países, permitió que a través del diálogo y la concertación cesaran las confrontaciones en Nicaragua.
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De igual forma, sucedió en los años 90 en el caso de El Salvador y posteriormente en Guatemala, donde tras décadas de terribles guerras civiles, la participación mexicana ayudó a terminar con esos conflictos fraticidas.
Ahora, se vuelve a presentar la disyuntiva para México. Por un lado, sumarse a las presiones que ejercen diversas naciones hacia el gobierno de Venezuela o mantenerse fiel a los principios de política exterior y, al mismo tiempo, utilizar los instrumentos de la política y del derecho internacional para construir una salida negociada. En este sentido, México puede hacer un papel extraordinario en el restablecimiento de la estabilidad en el país sudamericano mediante la política y el diálogo sin ser intervencionista y con absoluto respeto a la soberanía de Venezuela.