Las amenazas públicas que miembros de la delincuencia organizada hicieron al Presidente esta semana, han intensificado los cuestionamientos sobre el dispositivo de seguridad que lo rodea y de su capacidad para proteger efectivamente su integridad. Ante ello, Andrés Manuel López Obrador ha reiterado – pese a las sugerencias de legisladores de su mismo partido – que no reforzará su círculo de seguridad. En términos políticos, podemos entender que el Presidente insista en que su círculo de seguridad refleje y sea congruente con la política general de austeridad que esta administración busca implementar; sin embargo, no se puede, con base en ello, renunciar a la responsabilidad que implica garantizar la seguridad del Presidente de México.
Su aparato de seguridad debe de responder, necesariamente, a criterios como la proporcionalidad y la efectividad. Es decir, su círculo de seguridad debe de contar con la capacidad de neutralizar cualquier amenaza contra su vida. La necesidad de garantizar que su equipo de seguridad pueda protegerlo se basa en que es cabeza de uno de los poderes del Estado mexicano, y como tal, cualquier atentado contra su vida es un asunto de seguridad nacional. Su vida e integridad importan -por supuesto- por ser una vida humana, pero también porque de representa a una de las instituciones de México: la cabeza del Poder Ejecutivo de México.
La austeridad no tiene que poner en riesgo la estabilidad del país, la austeridad sí implica usar los medios – de manera proporcional y suficiente – para conseguir los fines del Estado. Un atentado en contra del Presidente de México impactaría profundamente la paz y estabilidad institucional, social, económica y política del país. Es hora de que el Presidente asuma esa responsabilidad, y acepte que lo acompañe un equipo profesional y capacitado. En este país no necesitamos mártires ni caudillos, necesitamos hombres y mujeres de Estado que puedan definir, guiar, concluir y rendir cuentas sobre un plan de gobierno.