El inicio del gobierno de López Obrador nos llevó de regreso a un México de hace cuarenta años, donde la palabra del Presidente de la República era la única que mandaba y todas las instituciones del Estado obedecían, donde no había contrapesos, donde la oposición estaba reducida y donde el medio ambiente no era una prioridad para el gobierno ni una preocupación para la sociedad civil.
Durante los gobiernos panistas, la sustentabilidad ambiental fue uno de los ejes gubernamentales y se convirtió en un asunto de seguridad nacional impulsando las tareas de reforestación, la promoción del Fondo Verde, las reducciones de emisiones, la aprobación de la Ley General de Cambio Climático; la segunda legislación de su tipo en todo el mundo y los programas de eficiencia energética.
Estas acciones rindieron frutos. En 2012, México era el cuarto lugar a nivel mundial en reforestación por haber restaurado 2.18 millones de hectáreas, lo que le valió a nuestro país un reconocimiento otorgado por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Además, el programa de luz sustentable que incentivaba el cambio de focos convencionales por ahorradores otorgados por el gobierno en 2009, le valió el Premio Guinness por entregar más de 20 millones de focos ahorradores durante la primera etapa.
Sin embargo, la política ambiental de la Cuarta Transformación se enfoca en medidas paliativas que no resuelven los problemas de contaminación, prueba de ello es que, según el documento “NaturAMLO”, con respecto al cambio climático, propone la creación de un programa de “adaptación” que “nos prepare para enfrentar las consecuencias del problema”.
En ese contexto, ahora comprendo, la desafortunada cancelación de la Cumbre de la Alianza Energética México – Alemania que tendría lugar en nuestro país. Los temas que se abordarían serían la profundización del impulso de la eficiencia energética, la transparencia en el sector de los hidrocarburos y la transición a fuentes de energía renovables. Según la Secretaría de Energía, la cancelación se debió a que los temas a tratar no se ajustaban a la nueva realidad del sector energético mexicano.
Entre los muchos decepcionados por el gobierno de López Obrador, hoy se suman los activistas del medio ambiente pues ha quedado de manifiesto que para la actual administración este tema no será una prioridad. La construcción de una refinería en Tabasco, la ampliación del Aeropuerto de Santa Lucía y la construcción del Tren Maya son tres megaproyectos impulsados por el gobierno federal cuyo estudio de impacto ambiental seguimos sin conocer, aunque en varios casos ya se han iniciado los concursos para la adjudicación de los contratos.
Cuando López Obrador ha señalado que pretende hacer de Petróleos Mexicanos y de la Comisión Federal de Electricidad un motor del desarrollo nacional, nos deja claro que implementará una receta económica y energética que no sólo ha fracasado ya en nuestro territorio, sino en el mundo. Apostarle a los hidrocarburos como principal fuente de ingresos del Estado, la falta de modernización y la falta de alicientes a la inversión en energías limpias es la mezcla perfecta para una política económica y energética que no durará mucho pues tarde o temprano fracasará. Además, es no querer ver a largo plazo y sólo pensar en la forma de obtener recursos económicos para mantener programas sociales clientelares, más que pensar en el futuro energético de la nación.
Lo que más sorprende de la llamada Cuarta Transformación es su pragmatismo pues durante toda la campaña presidencial se presentó como una opción política que representaba todas las agendas de la sociedad civil, pero en realidad han demostrado que nunca les importaron, solo las utilizaron electoralmente para hacerse del poder. Al tiempo…