En entregas previas, en este mismo espacio, he hablado de la importancia de saber utilizar inteligente y asertivamente las benditas (¿o malditas?) redes sociales. Ciertamente, aunque suene reiterativo mi argumento, la tecnología y todos los avances que han venido aparejados con ésta definitivamente nos han ayudado a todos los seres humanos a llevar una existencia más simplificada gracias a muchísimos artilugios que se han convertido en herramientas imprescindibles para nuestra vida diaria: Hornos de microondas, secadoras para el cabello, computadoras, teléfonos celulares, tablets y un larguísimo etcétera…
Sin embargo, cuando la ignorancia y la enajenación se combinan al momento de utilizar, por ejemplo, aquellos dispositivos que tienen que ver tanto con el Internet como con las redes sociales, se puede llegar a extremos sumamente peligrosos para los usuarios de éstos, porque si bien es cierto que el libre albedrío nos permite discernir y concluir con respecto a aquellas cosas que al utilizarlas nos hacen bien o nos causan algún perjuicio, lo cierto es que la inmediatez y la poca pericia con la que empleamos algunas herramientas sociales que nos proporciona la tecnología misma provocan que acabemos involucradas en dinámicas muy dañinas y peligrosas para todos.
Y para botón de muestra puedo traer a debate el movimiento social #MeToo, que en Estados Unidos sirvió para denunciar y desenmascarar a una buena cantidad de personajes que, dado su poder y posición, cometieron una infinidad de abusos contra muchísimas mujeres pertenecientes al medio artístico (varias de ellas actualmente son estrellas indiscutibles) y que durante años callaron estas situaciones hasta que a una de ellas se le ocurrió señalar y acusar a sus depredadores a través de las redes sociales.
Un efecto bola de nieve del cual nadie imaginó su trascendencia y repercusiones, mucho menos individuos como el productor Harvey Weinstein o el actor Kevin Spacey, entre otros, quienes resultaron ser terribles embajadores del acoso y el abuso sexual y que debido a su comportamiento ahora sus carreras están completamente destruidas y muy probablemente tendrán con varios años de cárcel por los múltiples delitos de cometieron.
Lo que yo recuerdo de este movimiento que cobró un poder e importancia inusitados en los Estados Unidos, es que los denunciantes (hombres y mujeres por igual) hicieron acopio de valor y denunciaron a sus depredadores con nombres y apellidos y que ellos, desde su posición de víctimas, no se amedrentaron ante nada y valientemente dieron la cara para que sus denuncias también tuvieran rostro, nombre y apellidos. Al mismo tiempo, lamentablemente, también recuerdo que una de las artífices de este movimiento #MeToo, la actriz Asia Argento, quien fue de las priomeras en denunciar a Weinstein, también resultó ser acusada por un muchacho (aspirante a actor y cantante) de nombre Jimmy Bennet, quien la acusó de abusar sexualmente de él cuando ella tenía 37 años y él 17. El asunto se fue a la congeladora cuando Argento pagó extrajudicialmente, con 380 mil dólares, por el silencio de Bennet…
Y México no podía ser la excepción. Hace unos meses aquí se presentó una versión tropocalizada del #MeToo gringo, con la salvedad de que las denunciantes, a través de una cuenta de Twitter, exhibieron a sus victimarios (músicos, directores y productores de teatro o cine, actores e incluso periodistas) por medio de un cuestionable anonimato que en muchos casos se entiende porque históricamente la mujer en México siempre ha sido víctima del machismo, la misoginia y la violencia ejercidos desde cualquier esfera por el hombre. En muchos casos estoy segura que las denunciantes anónima actuaron desde esta posición por miedo, pero al mismo tiempo, también existe la posibilidad de que se actuó con un infundado revanchismo y nomás por el gusto de joder al prójimo. ¿Por qué?, pues porque así son las cosas en México. ¡Punto!
Ya todos sabemos lo que puede suceder cuando se actúa temeraria e irresponsablemente. Por lo tanto, es sumamente trascendental que todos entremos con ojos y oídos abiertos a las dinámicas de una cultura de la denuncia que todavía, por desgracia, no tenemos en México. Ser víctimas, de lo que sea, no es placentero en absoluto, ser víctimas (me ha tocado serlo) de abuso y acoso sexual es lo más terrible por lo que puede pasar cualquier ser humano, sólo quien ha pasado por esto sabe lo horrible que es estar en esa posición.
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Por lo mismo, es vital que como sociedad nos enseñemos a acompañar a nuestras mujeres, a nuestros menores y a nosotros mismos durante el complejo proceso de denuncia de aquellos quienes nos lastiman. Yo creo que todavía estamos muy lejos de dejar de lado el anonimato cuando se trata de utilizar las redes sociales para denunciar a alguien; pero también creo que llegaremos a ese estado ideal que nos permitirá avanzar como sociedad en este tema.
Y no olviden que todos jueves y sábados en punto de la medianoche los espero en su programa “Exclusivo Para Hombres”, que se transmite por Telefórmula (por favor chequen su sistema de cable predilecto para verificar nomenclaturas del canal).
E-mail: yazminalessandrini@yahoo.com.mx Twitter: @yalessandrini1