El Plan Nacional de Desarrollo presentado por el titular del Ejecutivo federal parece más un manifiesto del partido comunista que un programa que establezca los qués y cómos para dar respuesta a las principales necesidades que enfrenta nuestro país. Es por demás extraño que el texto propuesto contenga los siguientes apartados:
“Honradez y honestidad”, “No al gobierno rico con pueblo pobre”, “Al margen de la ley, nada; por encima de la ley, nadie”, “Economía para el bienestar”, “El mercado no sustituye al Estado”, “Por el bien de todos, primero los pobres”, “No dejar a nadie atrás, no dejar a nadie fuera”, “No puede haber paz sin justicia”, “El respeto al derecho ajeno es la paz”, “No más migración por hambre o por violencia”, “Democracia significa el poder del pueblo”, “Ética, libertad, confianza”. Estos temas –que en algunos casos fueron utilizados como eslogans de una campaña que duró más de una época, y que claramente funcionaron para eso CAM-PA-ÑA– no dan respuesta puntual a las necesidades que tiene nuestro país.
Es una lástima que el gobierno federal aún no entienda el rol que debe desempeñar para realmente brindar respuestas oportunas a los problemas que aquejan a todas y todos los mexicanos. Un plan, por darle una definición, trata de una serie de actividades con las que se realiza o pretende realizar acciones específicas. Si bien es cierto, un plan incluye ideas, propósitos, pensamientos, un Plan Nacional de Desarrollo de un país debería incluir estrategias y también algo muy importante que pareciera que este gobierno insiste en omitir y/o en decir que tienen “otros datos” –además de culpar a anteriores gobiernos–, y me refiero a metodologías que permitan medir los resultados a corto, mediano y largo plazo.
Es urgente que el presidente y su gabinete reconozcan que ya son gobierno y que las promesas se deben quedar en las campañas.