Opinión

Ser y decir la verdad

El poder de decir la verdad, de ser honestos al actuar y al hablar, es una perla que no todos los días se encuentra. ¿Se ha fijado que antes estaba mucho más inserto en la sociedad ser personas abiertas y directas? Es decir, a ser sinceras en la expresión y genuinas para decir un no o un sí honestos. Es muy importante conocer la definición de las palabras, su origen y etimología, para poder emplearlas correctamente y que estas sean muy precisas, francas, y sobre todo que lleven la carga suficiente de la verdad que expresa lo que realmente queremos decir y que cambie una situación que no sea correcta.

No más de tres generaciones atrás se observaba a la gente hacer un alto para señalar un problema y darle en el clavo para que con el poder de la verdad quedara resuelto, sin importar que fuera con conocidos o desconocidos. Hay diversas razones para que esto haya disminuido a lo largo de estas décadas, pero una de ellas, sin duda, es el desconocimiento que se tiene de la importancia de sostener y honrar a la verdad por encima de muchas cosas.

La verdad es como el aire limpio que entra y sale y que por lo tanto permite que en nuestro interior no se encierren cadáveres emocionales de aquello que no nos atrevimos a decir, o peor, que lo disfrazamos o cambiamos por una mentira. La gravedad de esto es que tanto la expresión más genuina de nuestro ser como aquello que está en su entorno, se va aislando del poder de la verdad y por lo tanto se va vulnerando como una planta a la que se le aleja del sol.

Si buscamos el origen de muchísimas enfermedades, encontraremos que, como regla común, detrás hubo un choque emocional en el que a la verdad no se le dio una salida, o no hubo un ejercicio de expresión de la verdad: enfrentando la verdad, resolviendo con la verdad, y sanando con la verdad. Es comprensible que este aspecto se haya mermado por miedo a ser castigados o por un ambiente de inseguridad, sin embargo, en el entorno inmediato, en la vida diaria, en nuestra cotidianeidad, sí que podemos hacer la diferencia embarcándonos en el buque de la verdad y de la manifestación más sincera de lo que somos.

A veces le tenemos miedo a esta exteriorización por no ofender o lastimar, pero si lo ve de manera más profunda, es mucho más ofensivo callar ante algo que tiene la capacidad de cambiar un entorno tóxico o de reivindicar a favor del bien. Otra de las razones para callar puede ser el miedo al ridículo y el miedo a la desaprobación, pero contemplándolo desde otro enfoque, podemos apostar a que a la larga resulta muchísimo más ridículo todo el drama que tenemos que hacer para tapar una verdad por no dejarla salir en el momento justo y preciso.

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La expresión sincera de lo que es como es, es parte de la educación que recibimos y que ofrecemos en el ambiente familiar y que finalmente termina en la estructura de la formación cívica. La manifestación en palabra, pensamiento y acción de aquello que es verdad, es sumamente importante en el cuidado de unos con otros. Entre más ambigüedades, verdades a medias, tapadas, y ocultas, entre más rizos le damos a una verdad, convertimos esta en versiones descompuestas, malhechas, que al final no dicen nada, no se apegan a algo, son tibias, e inútiles, pues no tienen postura, no defienden ninguna causa, y no se comprometen con nada.

Por eso es que por doquier escuchamos palabrerías que en las que las ideas  están sumamente destiladas, igual que tomar un buen vino diluido con agua y azúcar. Es muy importante regresar a uno de los pilares esenciales de la conducta del ser humano: ser verdaderos en todo cuanto hagamos, y que no olvidemos lo sencillo que puede ser resolver con estos valores de siempre. Vale todas las penas.

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