Las plazas comerciales son centros de confianza, acudimos a ellas para distraernos, divertirnos y comprar. Vamos con nuestras familias, con nuestra pareja, con nuestros amigos, porque en nuestra percepción son espacios seguros y ajenos a los problemas cotidianos de las calles y de las áreas públicas.
Por eso, cuando ocurre alguna desgracia o delito de alto impacto en una plaza comercial, la que sea, dispara la sensación de inseguridad en toda la sociedad.
A menos de 48 horas de que se registraron dos asesinatos en uno de los centros de consumo más exclusivos de la capital del país, existe también un mensaje adicional: la Ciudad de México no es ajena a los hechos de violencia que han afectado profundamente a otros estados y al país entero.
De la misma manera, queda claro que los delincuentes no respetan, ni respetarán, cambios políticos, de gobierno o de época. Si dentro de su negocio es necesario ejecutar -porque nunca fue un crimen pasional- a dos personas en un restaurante de lujo, a la hora de la comida, a media semana, lo harán sin ningún remordimiento.
Y si para lograr cometer este delito, se requiere a una asesina, acompañada de otros sicarios, uno con un fusil de alto poder, entonces reclutarán, entrenarán y se dará la orden de cometerlo.
Porque el crimen es un negocio y, de acuerdo con la información pública con la que contamos, existen muchos indicios de que estos atentados se encuentren relacionados con actividades ilegales, incluso de carácter internacional.
En ese sentido, quienes estén detrás de estos asesinatos, entienden (como no lo hacemos nosotros) que los gatilleros, los choferes, los cómplices en conjunto son herramientas para cumplir con sus objetivos y en ello no importan mucho el sexo, la edad, el origen de quien forma parte del grupo delincuencial. Es decir, la inclusión y las cuotas de género son una realidad, en tanto las necesidades del negocio ilícito.
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Mientras se desarrollan las investigaciones de las autoridades, lo que dejan estos graves hechos es un clima de incertidumbre en las y los habitantes de la capital, que puede contagiarse fácilmente al resto de nuestra nación.
A la pregunta de qué podemos hacer nosotros, los que vivimos aquí, mi respuesta es la misma: debemos denunciar si vemos o sabemos algo; necesitamos estar muy comunicados e informados; prevenir lo más posible en nuestro entorno cercano para no ponernos en riesgo; conducirnos con discreción y condenar con fuerza la violencia, el crimen, la corrupción y la impunidad.
Las calles, las plazas, los parques, son nuestros no de los delincuentes. Si dejamos de acudir a ellos, entonces los ocuparán. No dejemos que suceda.