Aprender a ver a Dios en cada persona no es una idea romántica o metafórica. Es de hecho lo que en verdad es. Cuando vemos el comportamiento negativo de los demás y que nos hace reventar, rechazarlos o ingorarlos es justo cuando más debemos encender los radares de lo que tenemos enfrente y de lo nos es invitado a aprender.
La vida no quiere molestarnos y la presencia de cualquier ser, situación u objeto tiene un propósito que cumple un rol para que tengamos ciertas experiencias, y las experiencias son diseñadas o atraídas, aunque sea difícil de creer, por nosotros mismos.
Con cada respiración estamos “jalando” aquello que necesitamos vivir, aunque no lo tengamos consciente, y esto es posible porque todo está hecho de la misma materia prima, es decir que nada nos es ajeno ni extraño.
Deepak Chopra es muy atinado al decir que estamos respirando el mismo aire que estuvo en los pulmones de Jesucristo, Gandhi, Platón, así que nada está realmente separado, y todos compartimos la misma fuente de vida o chispa que nos mantiene vivos.
Cualquier persona, así sea la más negativa o catalogada como mala, es portadora de esta luz, y si no somos capaces de verla, entonces ¿quién está siendo más negativo?
Aquello que exaltamos o bendecimos crece y se fortalece, así que por qué no ver detrás de los disfraces, de los personajes y de las protecciones de los demás, y encontrar esa flama de espíritu en donde no existen el tiempo, ni las polaridades, ni los defectos, simplemente una presencia pura, para conectarnos con ella e invitarla a actuar.
Estos tiempos insólitos son un claro llamado a ver las cosas desde una nueva perspectiva. De alguna manera todos somos mensajeros de la inteligencia suprema, y a veces ocurre que podemos actuar con tanta nobleza, armonía, belleza y bondad, que parecemos más divinidad que humanidad, o al menos así estamos dispuestos a verlo y a serlo, principalmente en tiempos de crisis inesperadas.
PUBLICIDAD
Cuando perdemos a un ser amado, generalmente recordamos sus virtudes y las cosas buenas que su presencia dejó en nuestra vida, es decir que recordamos más su chispa divina, y este recuerdo es sumamente real, pues es lo que conformaba esta presencia, así que por qué no hacerlo en vida con los demás a nuestro alrededor, conocidos o no, pues finalmente el ser puro que éramos cuando nacimos no ha cambiado en esenciia, sólo se ha puesto distintos disfraces.
Ver a la inteligencia suprema en cada ser es un ejercicio certero que nos devuelve a la verdad, pues cada pequeña partícula de esta realidad está conectada o pertenece a esta conciencia unificada de donde todo proviene.
Hemos dedicado mucho tiempo a darle poder a las máscaras que inventamos para sentir que tenemos un lugar importante en el mundo, propias y ajenas, ¿se han preguntado qué pasaría si al menos por unos minutos abriéramos la percepción a ver esta fuerza dentro de los demás?
Tal vez con sólo este simple ejercicio de elección consciente escucharíamos la mismísima voz de Dios a través de otros. Este es un gran tiempo para volver a ver.