La corrupción no es problema menor para el país. Se ha convertido en “enfermedad” y esa metáfora sirve, no sobra decir que ninguna enfermedad se cura con “aspirinas”. Es decir, si es que realmente hay una estrategia, deberían estar ya varias personas en la cárcel y no sólo algunas o las de los casos más mediatizados.
El esfuerzo para combatir la corrupción requiere del fortalecimiento institucional que es clave no sólo para reaccionar ante esto, sino para prevenir. Mecanismos de rendición de cuentas y transparencia podrían evitar que esto siga sucediendo. Porque, además, de que tendríamos que ponerle nombre y apellido a las y los corruptos, también tenemos que estar conscientes que ningún acto de corrupción se hace solo. Hay cómplices y gran parte de esa complicidad la hacen la opacidad y el silencio.
Todavía a estas alturas, al Gobierno Federal le ha faltado mayor estrategia en este sentido. No todo se resuelve con austeridad (de hecho, hay quienes piensan que, al contrario, la austeridad detona mayor corrupción), más castigos contundentes, pero ante todo mayor transparencia que en lo público ninguna persona es inmune a cometer un acto de corrupción.
También los gobiernos locales se deben comprometer aún más. Alcaldías y Gobiernos estatales deberían tener y coordinarse aún más. A veces la falta de colaboración en este sentido genera vacíos en la toma de decisiones y no, no todo lo puede resolver el gobierno y menos uno exageradamente centralizado.
El compromiso ético colectivo también debe ser no dejar a un lado la posibilidad de hacer valer nuestros derechos. Denunciar es responsabilidad personal. Por eso más que evaluar la estrategia (que sigue sin quedar clara) por parte del gobierno, más bien tenemos que evaluar el sistema como un todo. Para ver qué es lo que sí es posible hacer para terminar con la corrupción y no sólo con la corrupción que es mediatizada. Otra vez: ninguna enfermedad grave se ha curado con aspirina.