Cuidar a niñas y niños

Cuartoscuro (Rogelio Morales/Rogelio Morales)

Todavía falta tiempo para pensar que estamos en la última etapa de la pandemia, pero una vez que llegue su conclusión natural otra pandemia seguirá entre nosotros: la de la salud mental.  

Esta semana, reportes públicos señalan que las niñas y los niños de 8 años y varios segmentos de adolescentes (entre 11 y 17 años) han resentido esta emergencia sanitaria y desarrollan cuadros de ansiedad, depresión y malestar emocional en diferentes grados que podrían convertirse en un complejo escenario de salud para los siguientes años. 

No solo es la falta de espacio, privado y público, las escuelas cerradas o abiertas parcialmente, sino las consecuencias económicas que han afectado a miles de familias y que los han sometido a una presión tan extraordinaria como esta contingencia mundial. 

Si los indicadores internacionales ya nos mostraban una urgencia por cuidar de los más jóvenes y de los más pequeños, el estrés provocado por esta situación nos debe impulsar a contribuir y colaborar con especialistas y autoridades para que, en una misma dirección, protejamos la salud mental de todos, pero en especial de ellos. 

Pasaremos varios años hasta saber cuál fue el impacto que tuvo lo que nos ha sucedido. Las experiencias anteriores no son un punto de referencia, porque no se estudiaban las emociones como ahora y el tiempo entre la crisis de la gripe española y ésta es de prácticamente un siglo, con otras emergencias mundiales en medio. 

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Sin embargo, será decisivo el apoyo psicológico que podamos transmitir a familias completas con buena información y de la mano de expertos y de herramientas seguras, confiables y eficaces. Porque puede llevarnos varios años mantener una salud mental adecuada como sociedad y con ello superar los desafíos que ha causado este virus y la enfermedad que ocasiona. 

La adecuada comunicación que establezcamos desde el hogar y hacia los diferentes círculos de convivencia en los que estamos puede ser el fiel de la balanza para que restauremos paulatinamente el correcto estado emocional que necesitamos, a la par de la recuperación económica y sanitaria. 

No solamente debemos poner nuestra atención en la manera en que evolucionan nuestras actividades productivas, sino en el acompañamiento que deben tener en la salud mental y en los comportamientos sociales que se desplegarán una vez que entremos a esta nueva realidad. 

Es relevante que pongamos al centro de nuestras preocupaciones cotidianas las emociones de cada uno de los integrantes de nuestra familia y de las personas más cercanas. Solo así podemos poner en práctica soluciones y medidas que permitan obtener atención profesional, en de ser necesario, y apoyo de nuestra comunidad ante cualquier momento de ansiedad que se presente. 

El tejido social se comienza a bordar desde la unidad básica que es la familia, sin distinción sobre cómo se forme, este es el núcleo y de ahí podemos construir hacia fuera. Y éste, las y los niños, los adolescentes son un grupo que demanda de toda nuestra atención. 

Hablemos con ellas y con ellos, entendamos sus preocupaciones, estemos abiertos a escucharlos el tiempo que sea necesario. Es posible que estemos viviendo de manera distinta la pandemia y que por eso no estemos observando cambios de conducta, estados de ánimo o frases y palabras que denotan un malestar que podría no ser transitorio. 

Luego, socialicemos estos ejercicios con el resto de nuestros cercanos y sigamos con los vecinos. Cada persona tiene una historia y una forma (o varias) por la que ha transitado en estos meses. La clave es comunicarnos, compartir lo que nos ocurre y encontrar soluciones en cuanto identifiquemos que alguien, en específico los más vulnerables, necesitan una mano.

* Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de quien las escribe y firma, y no representan el punto de vista de Publimetro.

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